BLOG DE RAFA PARRA SOLER

De vocación, poeta, ensayista y dramaturgo.











domingo, 26 de agosto de 2012

El desorden cotidiano (24)

Augusto odiaba que a los escritores que publican artículos en los periódicos se les llame "creadores de opinión". Pensaba que ésta es una forma de que los escritores se endiosen  y crean que no existe vida ni otras opiniones más allá de la suya propia, y que, por tanto, el lector debe acudir a él para estar bien informado sobre el asunto sobre el que trate la columna del día, o de la semana, o del mes.

Augusto pensaba que todo el mundo tiene una opinión sobre cualquier asunto, independientemente de lo informado que esté sobre él, y que la función de dicha clase de periodistas consiste en informar y en ofrecer un punto de vista respecto al cual el lector puede estar de acuerdo o discrepar, pero nada más. Esa imagen del intelectual iluminado que va guiando a las masas no le gustaba nada a Augusto, que era muy partidario del poder de las masas, precisamente porque creía en ellas, en su capacidad de reflexionar, de alcanzar un criterio propio y no impuesto desde fuera. Eso es ser un auténtico demócrata, según creía Augusto. Todo lo que no fuera esto sería como aquel lema de la Ilustración que rezaba: "todo para el pueblo, pero sin el pueblo". Pues no, señores. Para Augusto, el lema debía ser " todo para el pueblo, y con el pueblo como protagonista, porque el pueblo es el dueño de su vida, de su destino y, sobre todo, del fruto de su trabajo".

Creer que el pueblo, que la gente, que las personas no son capaces de pensar por sí mismas y asumir una postura para defenderla con solidez, con criterio y con autoridad es lo que conduce, pensaba Augusto, a que los intelectuales se consideren la única clase de individuos que son capaces de tener una visión sobre las cosas, y que el resto de los mortales son unos ignorantes y lo seguirán siendo hasta que compren el periódico en el que escribe Fulanito y lean su columna para escapar de las tinieblas de la ignorancia.

En suma, se puede decir que Augusto detestaba el elitismo intelectual, porque, para él, el conocimiento no debía ser algo elitista, o sea, de unos pocos. Ahí están las bibliotecas llenas de libros para todo aquel que quiera aprender, adquirir conocimientos y formarse una opinión propia sobre las cosas sin tener que recurrir a los mal llamados "creadores de opinión". El problema, pensaba Augusto, sin embargo, no radica en el acceso al conocimiento, que está al alcance de cualquiera. El problema está en el conocimiento en sí, que se ha vuelto elitista y minoritario, pero porque resulta aburrido a la mayoría y solo sigue interesando a una minoría de gente que tiene inquietudes y vocación por saber cómo funcionan las cosas, cuál es su origen y en qué consiste su naturaleza. Se trata de una actitud admirable y fascinante que, en un mundo lógico y razonable, debería ser el modelo a seguir, y, sin embargo, ocurre justo lo contrario: las personas que aman el conocimiento están cada vez peor consideradas. Se las ve como bichos raros que ocupan su tiempo en cuestiones que no tienen ninguna utilidad, entendiendo, por utilidad, el afán de lucro.

El propio Augusto afirmaba muchas veces que uno de sus sueños consistía en convertirse, él también, en periodista de opinión y escribir artículos diarios, semanales o mensuales en algún periódico o revista de contenidos políticos y culturales. Sin embargo, llegado el caso de que este sueño suyo se cumpliera, él no querría que le pusieran la etiqueta de "creador de opinión" , pues no consideraba que lo fuera. En todo caso, él tendría una determinada opinión sobre una cuestión en concreto que él expresaría en su artículo de turno, y sus lectores podrían compartir esa opinión o discrepar de ella, y desde la seriedad, el rigor y la solidez de su propio criterio, el de sus lectores.

En definitiva, Augusto pensaba que considerar a los articulistas como "creadores de opinión" implica tener una consideración muy pobre hacia quienes leyeran sus textos, lo cual resulta injusto y muy ofensivo para el lector, a quien siempre se debe el escritor, quien, por ese mismo motivo, debe tener mucho cuidado para no caer en la soberbia, la prepotencia y el endiosamiento, así como procurar tratar siempre a sus lectores en condiciones de igualdad. Porque, sin lectores, la labor del escritor carece de sentido, y porque la única diferencia que existe entre el escritor y el lector está en el egocentrismo de uno frente a la humildad del otro.


1 comentario:

  1. Muchas son las personas que me rodean aquí, en la biblioteca pública, aprendiendo gratuita y voluntariamente, mientras yo, al mismo tiempo, les imito: te leo a ti desde tu propio tlfno. Siempre habrá creadores de opinión pero...¿ habrá "respetadores"?

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