BLOG DE RAFA PARRA SOLER

De vocación, poeta, ensayista y dramaturgo.











lunes, 30 de noviembre de 2009

¿Poema o microrrelato?

En el cuarto centenario de la publicación de El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha (1605 - 2005), mi particular homenaje a la genial creación cervantina fueron unos versos titulados "Sancho Meditabundo", y que transcribo a continuación:



En el lecho de muerte,
traicionó su identidad admitiendo su locura.

Don Quijote me engañó,
y yo me he vengado de él
mostrándole su propio desengaño.

Ahora ya no tengo razón de ser.

Me vuelvo a Barataria
a pasar el resto de mis días.




Es muy posible que, en este caso, la diferencia entre poema y microrrelato se halle, simplemente, en la disposición tipográfica del texto. Dicho de otro modo, si el texto, que está escrito en verso, lo pasamos a prosa, queda de la siguiente manera:



En el lecho de muerte, traicionó su identidad admitiendo su locura. Don Quijote me engañó, y yo me he vengado de él mostrándole su propio desengaño. Ahora ya no tengo razón de ser. Me vuelvo a Barataria a pasar el resto de mis días.



Como se puede comprobar, a veces la diferencia entre uno y otro subgénero de la lírica y de la narrativa,respectivamente, es muy tenue. Esto es debido a una razón fundamental: tanto uno como otro tienen unna característica común, que es la brevedad. El poema es breve por su propia naturaleza y el microrrelato lo es también, pero, en su caso, por imperativo de subgénero narrativo basado en la concisión, lo que le hace erigirse en plataforma de unión de dos elementos que son la brevedad y la narración de una historia. Es decir: el microrrelato tiene sus características propias de contar una historia y, a la vez, comparte un rasgo fundamental de la poesía, que es, de nuevo, la brevedad. Por tanto, podemos considerar el microrrelato como un género híbrido que se encuentra a medio camino entre lo narrativo y lo lírico. Tanto es así, que a veces podemos confundirnos y dejarnos llevar más por la faceta lírica y percibirlo en forma de poema, lo cual no deja de ser enriquecedor.

El microrrelato es una invención contemporánea que resume, en sus elementos formales, todos los rasgos innovadores que han ido produciendo el avance de la literatura a través de la Historia. Dichos rasgos se basan en uno que, por su importancia, contiene a los demás: el hibridismo, al cual podríamos denominar también, en términos estrictamente filológicos, polifonía o intertextualidad. Y es que el microrrelato es la quintaesencia de todo eso. Es la abstracción de todos los esquemas innovadores en los que se han basado las obras maestras de la literatura (Decamerón, Divina Comedia, Libro del buen amor, La Celestina...) llevada a la mínima expresión (en el marco de la adaptación a la inmediatez y rapidez de las nuevas tecnologías) . Es el triunfo posmoderno y definitivo de la libertad creativa frente a la preceptiva clásica.

En el fondo, la diferencia entre poesía y microrrelato es lo de menos, porque lo que los une es más grande que lo que los separa. Son hijos de lo mismo: la literatura.

domingo, 29 de noviembre de 2009

Fuego cruzado

Era un fuego cruzado de saetas voladoras y afiladas. Dos bandos luchaban frente a frente al borde de una sima muy rocosa. Después, era una cuestión de supervivencia en medio de la mutua destrucción: se mataban unos a otros, se sorteaban las cuchilladas, las lanzas, las estacas... ¿Se mataban los unos a los otros o nos matábamos? Más bien fue lo segundo, porque, al final, yo también fui abatido. Pero fue un abatimiento noble y legítimo. Tenía que ocurrir. Fue mi propio padre a manos del destino. Un destino que fue la muerte generalizada. Todos, tarde o temprano, de una u otra forma, acabamos siendo inexorablemente víctimas de nuestros semejantes, que, a su vez, eran las víctimas de otras víctimas, y así, sucesivamente. Y yo luchaba por morir con un pensamiento equilibrado, cabal, heroico. Yo luchaba por morir pensando en Laura. Quería morir pensando en ella. Y, al final, lo conseguí: con mi sien izquierda atravesada por una fina estaca, y justo antes de caer al suelo para que la tierra me tragara, me dio tiempo a pensarlo para mis adentros: "Laura, te quiero".

jueves, 26 de noviembre de 2009

Política y microrrelatos

Hace un par de días firmé un comentario en el blog de mi amigo Alejandro Gamero sobre un texto que él había escrito en forma de microrrelato sobre la llegada a la Luna de Neil Armstrong el 21 de julio de 1969. El texto de Alejandro es precioso:

"Pisando la Luna, recordó que, de niño, soñaba con volar."

Se titulaba "Biografía de Neil Armstrong". Y el comentario que yo le hice no fue nada literario, sino político. En él, expresaba mi opinión sobre dicho acontecimiento histórico, que yo consideraba (y considero) un montaje de EEUU para hacerle la competencia a la URSS en la conquista del espacio: un aspecto más de la Guerra Fría, esa lucha las dos grandes potencias surgidas de la Segunda Guerra Mundial.

Realmente, mi consideración acerca de la cuestión es más emocional que racional. De hecho, creo que EEUU, ya por aquella época, tenía capacidad para viajar a la Luna y para mucho más. El problema es los dirigentes norteamericanos (no el pueblo norteamericano,contra el que no tengo nada) llevan pecando de adanismo desde que concluyó la Segunda Guerra Mundial. Se creen que lo han inventado todo (la democracia, la libertad, incluso el capitalismo, que fue la actualización contemporánea, por parte de sus papás ingleses, de un invento medieval de los comerciantes italianos,etc.), cuando, precisamente, son ellos el invento, el invento de Europa, el Viejo Continente.

A los astronautas del Apolo 11 se les propuso llevar la bandera de la ONU, representativa de toda la humanidad, pero ellos se negaron y exigieron llevar los colores norteamericanos para, llegado el momento de saborear el triunfo espacial, dejar muy claro de quién era el mérito.

En cualquier caso, lo más importante es lo que ha dado lugar a mi reflexión sobre este asunto: el microrrelato de mi amigo.

miércoles, 25 de noviembre de 2009

Babosos y aduladores en la República de las Letras

Esta tarde me he estado repasando algunos temas de literatura (Generación del 27, Novela Realista, novela anterior a la Guerra Civil, poesía de posguerra, Poesía hispanoamericana contemporánea y Renovación de la lírica española desde finales del siglo XIX hasta mediados del siglo XX). En relación con el último de los temas mencionados, he de decir que a algunos autores incluidos en él se les ha concedido demasiada importancia, y me estoy refiriendo a Miguel de Unamuno. Este autor destaca de manera brillante en la novela y el ensayo (Amor y pedagogía, Niebla, La agonía del cristianismo, etc.). Sin embargo, como poeta es demasiado mediocre, al menos para mi gusto. Ni siquiera El Cristo de Velázquez, su obra más audaz dentro del género lírico, resiste un análisis riguroso. Formalmente, sus endecasílabos recuerdan a los primeros balbuceos petrarquistas del marqués de Santillana en sus Sonetos fechos al itálico modo. Y, desde el punto de vista del contenido, se repite demasiado, y es que dos mil quientos son demasiados versos para describir algo tan austero y sencillo como es el famoso cuadro de Velázquez.

Me da mucha rabia que a un autor se le dé mucha coba con todo lo que ha escrito sólo porque sea muy conocido. Hay escritores, artistas en general, que han pasado a la posteridad con una sola obra (Juan Rulfo y su Pedro Páramo, por ejemplo). El mismísimo Cervantes reconocía que no era buen poeta. Entonces, ¿por qué la Crítica insiste tanto en sostener la figura del Unamuno poeta como si fuera brillante? ¿Sólo porque es Unamuno, y no Pepito Pérez? Es como aquello de que a Juan Ramón Jiménez le dejaran escribir con j todos los sonidos velares fricativos sordos ("antolojía" en lugar de "antología", por ejemplo), sólo porque era Juan Ramón.

A veces, los críticos e historiadores de la literatura son unos babosos y unos aduladores. Si Rafael Alberti llegó a orinar sobre los muros de la Real Academia Española, ¿qué importa? No era un cualquiera: era Alberti... Sus razones tendría.

martes, 17 de noviembre de 2009

Hoja en blanco (aprendiz de dramaturgo)

Quiero ser un hombre de teatro: escribirlo, representarlo, asisitir como espectador... Con la dirección escénica no sé si me atrevería. Creo que esa labor se la dejaría a mi novia, cuya vocación va por esos derroteros.

... Pero escribir teatro: diálogos, acotaciones, monólogos... Y, después, el gozo inefable de ver la propia obra llevada a la escena, que sería comparable al placer de verla publicada. Y dirigir uno mismo su creación, o permitir que lo hagan otros y plasmen su propia visión de lo que uno mismo ha sacado de su imaginación... Ese proceso tiene que ser muy enriquecedor para todas las partes que participan en dicha actividad. Porque el adaptador puede añadir significaciones nuevas a la obra original, y, a la vez, inspirar al dramaturgo para concebir nuevas obras de teatro, quizá a la luz de esas adaptaciones, o tal vez de cosecha totalmente propia.

Escribir teatro puede ser una hermosa manera de satisfacer una vocación artística en el sentido creador de la palabra, en su más amplia acepción. Me explico: alguien que tenga vocación literaria, por ejemplo, y que, a la vez, le pique la curiosidad por la expresión plástica, pero que esta última no se le dé bien (escribe muy bien pero no sabe pintar), puede encontrar en el teatro la forma de su satisfacer sus necesidades expresivas. Y si le sale bien la operación, puede llegar a alcanzar un éxtasis que bien vale la pena. Pienso en autores como Francisco Nieva o Fernando Arrabal, artistas escénicos completos, preocupados por todos los aspectos del teatro, de los cuales han dado cuenta en sus obras de forma magistral. A casos como estos me estoy refiriendo.

La palabra, en su inmenso poder referencial y evocador, puede acoger todo tipo de expresiones, no sólo las propias de naturaleza verbal: las formas plasticas, musicales, descritas con propiedad e imaginación, pueden llegar a fundirse, a hacerse mutua referencia, a auxiliarse recíprocamente si forman parte del mismo acto de creación artística. Y lograr armonizar todos estos elementos con éxito tiene que ser tremendamente satisfactorio.

¿Cómo se podría dar el primer paso para llegar a eso? En primer lugar, hay que leer mucho teatro y de todos los géneros, autores y épocas. Aprender de los maestros y de la tradición es la fase previa y necesaria para alcanzar una parcela propia, un estilo, un universo. En segundo lugar, hay que escribir mucho, probar, corregir,tachar, pulir... Hasta que surja la obra perfecta.

El teatro es un arma cargada de futuro.

lunes, 16 de noviembre de 2009

Hoja en blanco (el poeta vampiro)

La vacuidad humana es un hecho contrastado. La falta de horizontes en la vida es la circunstancia vital más común de nuestra especie. Somos lo que somos, y no lo que queremos ser, porque la mayoría de las veces no queremos ser nada, porque ya somos nada sin pretenderlo, así que para qué pretenderlo, si nuestra miseria es rasgo constitutivo de nosotros mismos. Por eso uno se siente absurdo ante tanto absoluto sin sentido al lado de la propia pequeñez y tan frustrante insignificancia.

El absoluto no existe si no es la manifestación apoteósica del absurdo, porque el absurdo es lo único absoluto que existe. Es la irracionalidad omnipresente, omnisciente, asfixiantemente obvia, una obviedad que estrangula las más remotas esperanzas de hallar algún indicio de claridad y raciocinio entre tanta tiniebla densa, tangiblemente espesa, y tan pesadamente empalagosa que produce arcadas. El paladar y la garganta se descomponen de pura repugnancia, y el organismo viviente se vacía hacia fuera en una catarata de vómitos.

El absoluto no es una salvación, sino una condena. El absoluto es el infierno y amenaza con torturarnos eternamente ya en vida, esta vida que habitamos mientras soñamos con otra verdad más soportable.

La catarata de vómitos es la manifestación más habitual de una existencia basada en la resignación y la frustración... Lo que estoy escribiendo tiene demasiado sentido. Quiero escribir como García Lorca en El Público o Poeta en Nueva York. Quiero cansar al lector con palabras sin sentido. Quiero saturar su vista y que me odie y que jure, por lo más sagrado de su existencia, que no volverá a leer ni una sola letra que haya sido escrita por mi pluma sin querer cortarse las venas después de haberlo hecho. Eso, eso es lo que quiero: la sangre de mis lectores. Soy el poeta vampiro.

martes, 10 de noviembre de 2009

Diario de un opositor: segunda parte

Hoy es martes, y me toca exponer el viernes. Por tanto, quedan tres días para que llegue el momento de defender mi unidad didáctica. Creo que estoy preparado. Sólo me queda ensayar la exposición oral.

Qué ganas tengo de que todo pase y de estar preparado para lograr mis objetivos. Si me djieran ahora mismo que el examen es dentro de tres meses, me llevaría un alegrón.

domingo, 8 de noviembre de 2009

¡Feliz cumpleaños, amor mío!

Toda mi vida

acaba de cumplir veintiséis años.

Por tanto, me felicito a mí mismo.

Por cierto: yo tengo veintiocho.

TE QUIERO CON TODA MI ALMA Y CON TODAS MIS FUERZAS, LAURA LÓPEZ BENÍTEZ.

viernes, 6 de noviembre de 2009

Un verso de Jorge Guillén

"Soñaba la verdad con otra vida."

La primera vez que leí Cántico, en la Facultad, este verso es casi lo único que me gustó de todo el conjunto poético del autor vallisoletano. Tanta plenitud, tanta perfección, "beato sillón" y "vaso de agua" incluidos, además de un estilo demasiado nominal (excesiva ausencia de verbos), me parecieron elementos que se alejaban demasiado de la lírica que a mí más me gustaba.

La excepción a todo ello fue el verso que protagoniza estas reflexiones. Se trata de una expresión que contiene básicamente todos los elementos que un buen poema tiene que tener para mi gusto: en primer lugar, el molde endecasilábico casa muy bien con el tono de solemne resignación de lo que se quiere expresar (la vida no ha resultado ser como cabría esperar de la verdad, supuestamente considerada esta última como el ideal de libertad, igualdad y fraternidad, por definirla en términos liberales). En segundo lugar, no falta ningún elemento desde el punto de vista sintáctico (sujeto, verbo y complemento), si bien dicha estructura se encuentra poéticamente manipulada por el recurso retórico del hipérbaton (en este caso, verbo: "soñaba" , sujeto: "la verdad" y complemento: "con otra vida"). Y, en tercer lugar, la sencillez del contenido que, en consonancia con el molde métrico elegido, como se ha mencionado antes, contribuye a la naturalidad, transparencia, verosimilitud y, sobre todo, a la sinceridad del mencionado verso, frente a todos los demás poemas de Jorge Guillén, que, con todo ese contenido trascendental y vitalista vertido en unos versos tan cortantes (heptasílabos u octosílabos agurpados en décimas), no termina uno de creérselos (al menos yo) y de tomarse en serio la actitud que lleva al poeta a expresarse de esa manera.

Espero que nuevas lecturas de la obra guilleniana me hagan cambiar de opinión sobre la manera de ver la vida del poeta y sobre lo que impulsaba a éste a emplear su particular estilo para expresarla.

jueves, 5 de noviembre de 2009

Lección de humanidad

De ahora en adelante trataré de ser más humilde y menos pretencioso, más discreto y menos grandilocuente. A partir de ahora intentaré aprender un poquito de la gente que me rodea, de mis amigos, de mi novia y de mis seres queridos. No se es bueno en algo porque lo digan los demás, sino porque uno mismo lo sabe, porque conoce sus destrezas y sus capacidades, porque trabaja cada día por mejorar. La discreción es la virtud del sabio, y la madurez ya la serenidad son sus actitudes.

Con esto no pretendo decir que yo no sea una buena persona. Sencillamente, soy consciente de todo lo que me queda por aprender, asimilar y madurar, y digo todo esto estando al borde de la treintena de años. Y, como tampoco va a ser todo una lista de defectos, aquí viene una retahíla de virtudes: para empezar, soy una persona propensa a sentir admiración por quienes me rodean, lo cual me hace ser muy receptivo ante cualquier cosa que pueda aprender de los demás. En segundo lugar, creo que me conozco mejor que nadie y soy el primero en reconocer mis propios defectos, en relación a lo cual suelo alcanzar unos niveles de objetividad bastante considerables. Por poner un ejemplo: no me importa reconocer que soy una persona que siempre ha necesitado ayuda. Y quien no la necesite, que tire la primera piedra. Siguiendo con lo mismo, no sé si puedo decir que nadie me ha regalado nada en la vida, porque creo que no es verdad. Todos necesitamos algún empujoncito en algún momento a lo largo de nuestra existencia. Y repito lo dicho: quien esté libre de la tara, que alce la voz, porque aquí tiene un admirador. Con esto no trato de justificarme. Simplemente exhibo mis defectos y mis virtudes con naturalidad.

El caso es que se puede aprender mucho de los demás si uno reconoce que no es perfecto. Y yo he aprendido mucho esta semana de dos personas: Laura, mi novia, y Alejandro Gamero, mi amigo poeta.

Gracias a los dos.

miércoles, 4 de noviembre de 2009

Diario de un opositor: primera parte

Hoy he comenzado a prepararme la defensa de la unidad didáctica nº 2, que trata del texto literario. Ya me estoy elaborando un esquema en el que voy anotando lo más importante y lo que voy a escribir en la pizarra. Lo cierto es que casi todo el desarrollo de la unidad, sobre el papel, es pura obviedad, tanto lo referente a los contenidos como los objetivos de área y de etapa, con sus correspondientes fundamentaciones legislativas (los archimencionados Real Decreto 1631/ 2006, para toda España, y Decreto 231/ 2007, para la Comunidad Autónoma de Andalucía).

Es algo evidente el hecho de que la literatura se enseña y se aprende con la lectura y el análisis de textos literarios. También es evidente que para desempeñar esa labor son necesarias determinadas técnicas, y según el tipo de texto que se analice (no es lo mismo un poema que un cuento o una obra de teatro). Y casi tan evidente como lo anterior es la metodología y secuenciación de contenidos tipificados en las leyes (evaluación de conocimientos previos- para fomentar el aprendizaje significativo-, actividades de refuerzo, ampliación.etc, todo ello basado en el libro de texto, en el uso de la pizarra y los espacios del aula, la disposición de los pupitres, las TIC, etc.).

Frente a todos estos elementos comunes, que, a la tercera o cuarta exposición oral, ya se han convertido en materia de aburrimiento y hastío para los miembros de un tribunal, se alza, de vez en cuando, la originalidad y brillantez de un opositor que sabe manejar los gestos, las miradas, los movimientos y el tono de voz. Un opositor que sabe exactamente qué tiene que escribir en la pizarra y cuándo hacerlo, así como qué tiene que borrar y cuándo tiene que hacerlo, bien para escribir un dato más importante que el anterior, o para que lo que había escrito hace cinco minutos no le comprometa ante el tribunal en forma de alguna pregunta que el opositor en cuestión no esté preparado para responder y tenga que improvisar.

El problema es que cada vez resulta más difícil resultar original, porque lo poco que queda por decir, crear, plantear o como queramos llamarlo, si es que algo queda, se le puede ocurrir a otro en lugar de a uno mismo, y esa ocurrencia genial de última hora puede ser decisiva para conseguir hacerse con la tan deseada plaza de funcionario.

En cualquier caso, la originalidad es la clave del éxito en una oposición de esta clase, y yo voy a intentar ser original para lograr el éxito. Si algo tengo a mi favor, es que no tengo miedo. Al contrario: estoy deseando salir a la pizarra y demostrar a mis rivales lo que valgo.

martes, 3 de noviembre de 2009

Un relectura

Hoy he concluido la relectura de La Colmena, de Camilo José Cela. Estructuralmente, me recuerda a obras como El Giocondo de Francisco Umbral o La novela de un literato de Rafael Cansinos Asséns. Se trata de novelas que no tienen una línea argumental convencional (en el caso de la última de las mencionadas, hay que aclarar que ni siquiera es una novela, sino un libro de memorias). Son obras de carácter coral, plagadas de personajes, algunos de ellos con mayor protagonismo que los demás (Martín Marco en lo referente a la novela de Cela, por ejemplo). No están articuladas, por tanto, en forma de introducción, nudo y desenlace, con su inicio, su desarrollo y su final correspondientes, sino que su finalidad es plasmar un estado de cosas lo bastante complejo como para desarrollar sus pormenores, pero no de manera lineal, sino paralela, ya que se trata de varias historias simultáneas, partiendo, además, del modo in media res.

En mi opinión, La Colmena, más que una novela, es un fidelísimo y entrañable retrato de la miseria reinante en la España de la inmediata posguerra (años cuarenta) cuyos protagonistas se refugian en hábitos banales como fumar (el tabaco es un elemento a lo largo de las casi trescientas páginas del libro) o practicar sexo, ya sea por placer o por necesidad ( uno de los personajes femeninos decide prostituirse para reunir dinero y poder curar la enfermedad de su novio, postrado en la cama).

Camilo José Cela tiene la destreza y la habilidad para convertir todo lo sórdido de aquella època (que, en aquella época, sórdido era casi todo), en algo entrañable y patético, digno del cariño y la compasión del lector. Lo que, en otras circunstancias, o en la pluma de otro escritor podría causar repugnancia y rechazo, en Cela se hace querer y respetar. Y esto ocurre con cuaquier detalle de cualquier descripción de la novela, desde lo más importante hasta lo más banal. Las muelas cariadas de una señora que se dispone a meterse en la cama con su marido o las colillas de su cuñado que Martín Marco se guarda para fumárselas porque no tiene dinero para tabaco; la extremada indigencia en que vive un niño gitano que se dedica a cantar coplillas para recaudar lismosnas... Todo vale para reflejar la miseria de aquellos años, en este caso, además, teñido, como hemos señalado, de esa entrañable atmósfera de humildad y obligada conformidad con el tiempo que les ha tocado vivir por parte de unos personajes, algunos de los cuales se resignan y se conforman con lo que tienen, y algunos otros se aferran a una esperanza o una ilusión a la que agarrarse hasta poder salir del hoyo, algo que acabarán por conseguir o no. Eso no lo sabemos. Pero su creador nos hace amar a sus personajes lo suficiente como para desearles que lo consigan, que superen la mala racha y lleguen a ser felices cuanto antes.

La Colmena, considerada desde los tiempos que vivimos, nos hace reflexionar tan hondamente como para situarnos en una perspectiva desde la cual dar gracias por todo lo que tenemos, que, en nuestra sociedad capitalista y consumista, es algo que cada vez valoramos menos, ya que importa menos lo que hemos conseguido que lo que no hemos conseguido, porque la codicia es la actitud que mueve los hilos del sistema.

Creo que la novela de Cela es un alegato a favor de la humildad, la gratitud y, sobre todo, de la absoluta relatividad de las cosas materiales como brillante ejemplo de que no es rico o feliz quien más tiene, sino quien menos necesita.

lunes, 2 de noviembre de 2009

De vuelta

Aquí estoy de nuevo disponiéndome a escribir unas líneas sólo por el placer de escribir, aunque no se me ocurra nada de qué hablar, si bien, no me faltan temas (lecturas, oposiciones, el fin de semana que acabo de pasar en Chipiona con Laura, Rosita y Ale...). El caso es ejercitarme en la tarea de la escritura al menos durante media hora diaria, tanto de cara al examen de oposición como por razones vocacionales.

Quiero empezar una novela sobre el escultor August Rodin, y, más específicamente hablando, en relación con su obra más conocida: El Pensador. Mi intención es introducirme en la mente de un artista plástico que crea, de la nada, una figura en la que se refleja una forma de ver el mundo. Me interesa mucho recrear, en términos de ficción, claro está, cómo una idea es concebida en la mente y traspasada al cincel para que éste imprima belleza sobre materia inerte y amorfa. Y quiero recrear todo esto de forma lírica y filosófica, porque creo que el asunto da mucho juego a mis intenciones. Sería como escribir un poema en prosa sobre la obra de Rodin. Creo que la idea es hermosa. Ahora falta ponerse a desarrollarla. Seguramente empezaré con unos apuntes que contendrán el esquema básico de la novela. Para empezar, ya tengo pensada la forma narrativa: un diario. Se tratará de las anotaciones que el escultor francés tome antes, durante y después de finalizada su estatua.

Es curioso: al final no he acabado hablando ni de libros, ni de oposiciones ni del fin de semana en Chipiona, sino de un proyecto literario. Y, ¿por qué ha sucedido esto? Pues ha sucedido porque, al término del primer párrafo de la presente entrada, se me ha venido a la cabeza ese pensamiento (la ¿futura?novela) y he abandonado los pensamientos anteriores, aquellos de los cuales supuestamente iba a escribir a continuación. Pero no ha ocurrido así, sino de la otra forma. Y es que la mente tiene estas cosas y funciona así. Como en una conversación, se empieza hablando de un asunto y se acaba hablando de mil cosas que no tienen nada que ver con el motivo que hizo encender la mecha de la comunicación. Y a mí, ahora, me ha pasado lo mismo. Ha sido como dejarme llevar sin más por el mero hecho de escribir por escribir, simple y llanamente para llenar líneas, renglones y párrafos, en una suerte de divagación metalingüística en forma de flujo de conciencia, a la manera de los grandes novelistas occidentales de principios del siglo veinte (Joyce, Faulkner, etc.), pero, en mi caso, con signos de puntuación y cierta coherencia en la redacción, de manera que, si alguien se toma la molestia de leer este texto, podrá extraer de su contenido una unidad temática y un resumen.

El caso es que quería escribir y estoy escribiendo, y llevo ya unos cuantos párrafos bastante abundantes, aunque, desde que escribí la primera letra hasta este punto, no haya dicho absolutamente nada importante y todo sean obviedades para hacer de relleno, algo así como los ripios de un poema mediocre.

El caso, mi querido lector, es escribir. Y lo estoy consiguiendo. Y me gusta, me gusta mucho. El ejercicio de las palabras es algo maravilloso.

Lo he conseguido.