BLOG DE RAFA PARRA SOLER

De vocación, poeta, ensayista y dramaturgo.











domingo, 27 de octubre de 2013

El desorden cotidiano (92)

Augusto se había sacado la carrera in extremis. Tenía que presentar dos trabajos escritos, y le suspendieron los dos. El profesor trató de compensarle aprobándole uno de ellos: el que Augusto eligiera. No sabemos cuál fue, porque ni siquiera Augusto lo recordaba, pero lo que sí recordaba es que el profesor le había dicho que estaba en su derecho de presentar una reclamación para que se pusiera en marcha una comisión especial de corrección del trabajo, al tratarse, como se trataba en este caso, de las últimas asignaturas de la carrera.

Las razones por las cuales el profesor había decidido que esos trabajos no merecían ser aprobados fueron las siguientes: en el caso de la redacción titulada "Erotismo y terror en La Regenta" (correspondiente a la asignatura "La novela española del siglo XIX"), según el profesor, Augusto no había manejado la edición de la obra de Clarín que era más adecuada y que había indicado el profesor en el apartado de la bibliografía. Augusto intentó hacerle entender, por activa y por pasiva, que había estado buscando esa edición por todas partes sin haberla encontrado, y que se había tenido que conformar con las dos ediciones que Augusto tenía en su casa: la de Cátedra y la de Círculo de Lectores. Pero no hubo manera.

En cuanto a la otra redacción, titulada "Panorama del teatro medieval peninsular" (de la asignatura Teatro Medieval), el profesor decía que no podía aprobar un trabajo en el que se daba por sentado que España ya era una nación durante la Edad Media (el señor catedrático era un hombre de izquierdas, y los hombres de izquierdas creen que es sacrilegio afirmar la existencia de la nación española tan pronto, o sea, desde la Edad Media... ¡pero es que Augusto también era de izquierdas!). Y Augusto no salía de su asombro por varias razones. En primer lugar, él ni daba por sentado ese hecho histórico o pseudohistórico, ni así lo había plasmado en las páginas de su trabajo. Él se había dedicado a escribir sobre los autores más importantes del teatro "peninsular" (no "español") desde la alta Edad Media (Auto de los Reyes Magos- obra anónima- y Representación del nacimiento de Nuestro Señor, de Gómez Manrique) hasta los albores del Renacimiento (La Celestina, de Fernando de Rojas). Es más: la última parte, la que trataba de La Celestina, es la que más le había satisfecho a Augusto, pues, en su opinión, en ese pasaje del trabajo él se había lucido bastante.

Augusto estaba asustado, porque le acongojaba eso de que ser tuviera que formar una comisión de revisión del trabajo, en la que, además, él debía estar presente. De hecho, la administrativa que le ayudó a solicitar la reclamación le dijo que ya le avisarían por teléfono para que pudiera asistir a dicha comisión, aunque ya se sabe que esto es más verborrea burocrática que otra cosa.

El caso es que Augusto regresó a Sevilla con la mente y el corazón plagados de incertidumbres. Se había llevado todo el verano con la impaciencia de no saber si estaba a punto, o no, de licenciarse, y ahora comprobaba, con gran decepción, que no, que la licenciatura tendría que esperar, quién sabría cuánto tiempo más... para un solo trabajo que le quedaba. Sin embargo, a los pocos días de su regreso a Sevilla, le llamaron por teléfono desde la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Madrid para darle la gran noticia: la comisión se había reunido (¿pero no tenía que estar él presente? ¡Qué más da!) y habían decidido aprobarle el trabajo. El resultado era... ¡que había terminado la carrera! ¡Por fin!

Augusto no cabía en sí de gozo, y, cuando su padre volvió del trabajo y se lo contó, también a él se le hizo pequeño el pellejo de pura satisfacción. Augusto le contó cómo había sucedido todo.

-Se podría decir que he aprobado en los despachos... ¡Caray, qué feo suena eso, ¿no? De todos modos, ¡qué narices! ¡Esos trabajos merecían, al menos, un aprobado! ¡Que me lo he currado mucho!

-Lo sé, lo sé... Tranquilo, chinito- así le llamaba su padre-. Bien está lo que bien acaba. Me siento muy orgulloso de ti, ¡señor licenciado!- y le abrazó, lleno de alegría.

1 comentario:

  1. CAS: Me quedo con el final de la historia, qué tierno. Ya me la sabía, pero emociona leerla. Si es que Filología es una carrera muy subjetiva, y hay quienes abusan de ese poder, tanto alumnos como profesores, para intentar imponer sus razones.
    Yo también recuerdo el día que me licencié. Aún guardo aquel papel escrito a mano por el recientemente desaparecido Manuel Ariza. Lo conservo como un tesoro: mi pase de libertad. Para mí la Filología era circunstancial y temporal, un medio, nunca un fin. Y me llevo mucho bueno de ella, pero mis miras eran otras.
    Qué lejos queda todo aquello...hace...¿mil años? Sólo 7 u 8...

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