BLOG DE RAFA PARRA SOLER

De vocación, poeta, ensayista y dramaturgo.











lunes, 30 de diciembre de 2013

El desorden cotidiano (100)

Cuando Augusto se sentó sobre la mesa del notario junto a Casandra para firmar la hipoteca, no le importó renunciar a sus principios ideológicos de desapego materialista para pasar a convertirse en propietario de una casa. No le importó encadenarse a una entidad financiera durante veinticinco años. Y no le importó porque podía permitírselo, y porque podía permitirse hacer feliz a Casandra, que era lo más importante para él.

Cuando Augusto se sentó sobre la mesa del notario junto a Casandra, lo único que le importó fue el hecho de estar tan seguro de dar un paso tan importante como aquél. No vaciló ni un momento. No sintió miedo, ni vértigo, teniendo en cuenta que firmar una hipoteca con tu novia es, en la práctica, lo más parecido a casarte con ella. Y eso fue lo más hermoso de aquel acto tan burocrático: que Augusto sabía perfectamente lo que quería. Y lo que él quería no era comprarse una casa. Lo que él quería era que Casandra cumpliera uno de sus sueños. Quería que Casandra tuviera su espacio propio para poder decorarlo y amueblarlo a su gusto, cosa que jamás podría haber hecho su hubieran seguido viviendo de alquiler.

La única vez en que Augusto había sentido vértigo, miedo, agobio, etcétera, fue cuando Casandra se lo planteó, porque él estaba muy cómodo viviendo de alquiler. Porque, de hecho, él pensaba que vivir de alquiler es lo más cómodo del mundo, porque, si surge un problema, lo tiene que solucionar el casero. El inquilino solo tiene que pagar su mensualidad. Ni el IBI, ni problemas comunitarios, ni nada de eso. El único problema es que a uno le puede tocar en suerte un casero que sea una buena persona o, al menos, alguien razonable, sensato y comprensivo, o, por el contrario, se puede tener la mala suerte de que a uno le toque un casero cabrón, entrometido, avaro, desconfiado y egoísta.

Casandra y Augusto habían tenido la suerte de disfrutar de un casero modélico, que no les puso ningún inconveniente cuando, con la renovación del contrato de alquiler recién firmada, le dijeron que se iban a comprar un piso. El casero se lamentó mucho de esta decisión, pues, con los malos tiempos que corrían, tener unos inquilinos como Casandra y Augusto, ambos jóvenes, con empleo fijo, sin hijos ni problemas, era un lujazo para cualquier arrendador. Sin embargo, Benito, que así se llamaba el propietario, hizo gala de una conducta exquisitamente generosa y comprensiva y no les puso ninguna objeción, y eso, teniendo en cuenta que el contrato de renovación del alquiler ya estaba firmado, retrata una bondad y una nobleza de carácter, además de una total ausencia de codicia, que se estilan cada vez menos, y que hacían de Benito una de las personas más decentes y desinteresadas que Augusto y Casandra habían conocido.

Por otra parte, a Augusto le duraron poco tiempo los agobios, los vértigos, el estrés y las ansiedades gracias a la ayuda de los padres y el hermano de Casandra, que se volcaron con ellos, no solo en las negociaciones de la venta del piso, sino, además, en todo lo relacionado con la mudanza y el traslado. De hecho, Augusto no tuvo que hacer casi nada (aparte de trasladar algunos muebles), salvo poner sus ahorros encima de la mesa para pagar la entrada y firmar la escritura del piso, así que tampoco tenía motivos para quejarse. Al menos, en ese aspecto. Ciertamente, todo sucedió a la velocidad del rayo.

Una vez solucionados los asuntos del alquiler, el siguiente paso consistió en negociar el precio y las condiciones de la casa que Casandra y Augusto querían comprar, y esto, por dos vías: la de los propietarios del piso, por una parte, y la del banco, a efectos de la financiación, por otra. El padre de Casandra se encargó de lo primero. Y lo hizo de una manera extraordinaria, llevando siempre la iniciativa, y con tal seguridad, desparpajo y desenvoltura, que Casandra y Augusto no salían de su asombro. Parecía un negociador profesional, o un tiburón de Wall Street. Tal era su manera de imponerse ante el agente inmobiliario que gestionaba la venta del piso, que éste llegó a sentirse intimidado. Y gracias a esto, los futuros compradores consiguieron una notable rebaja en el precio finalmente estipulado.

Lo de la financiación fue otro hueso duro de roer, porque, en plena crisis inmobiliaria, después de todo lo que había pasado, todas las entidades bancarias y cajas de ahorro ofrecían unas condiciones muy inflexibles. Se notaba que la confianza de los inversores brillaba por su ausencia, aun tratándose de dos jóvenes funcionarios que cobraban un sueldo decente y que, además, habían logrado juntar, entre los dos, una cantidad de ahorros nada despreciable para pagar la entrada del piso, los gastos de notaría y todo el marrón burocrático.

Al final, firmaron con La Caixa, que era donde ellos tenían sus nóminas. Las condiciones no eran las mejores, pero, con los ahorros de ambos y una pequeña ayudita familiar, consiguieron que la entidad les concediera el crédito para poder comprar el piso. Además, la directora de la sucursal se marcó un detallazo importantísimo al conseguir que el tipo de interés pudiera seguir siendo variable en función de las fluctuaciones del euríbor, que, dado el reciente desplome de la burbuja inmobiliaria, era lo que más les convenía a Augusto y a Casandra como propietarios. Aunque, al principio, Augusto había preferido un tipo fijo, para tener más estabilidad y previsibilidad en los gastos futuros.

Con más o menos tecnicismos, le acabaron convenciendo de que lo que más les convenía era el tipo variable para beneficiarse del euríbor, cuyo índice se hallaba, según los expertos, en "mínimos históricos", y que, por tanto, se preveía que iba a tardar mucho tiempo en subir, en tanto en cuanto continuara azotando a España la crisis económica derivada de los excesos del ladrillo. Lo que puede llegar a ser la casuística del sistema capitalista, según pensó más tarde Augusto:

-Resulta que ahora a nosotros nos conviene que esto siga igual de mal, o incluso peor, para que el euríbor siga manteniendo los tipos de interés bajos...

-Pues sí- reconocía Casandra-.

-O sea que, a partir de ahora, para que la hipoteca nos siga saliendo barata, a nosotros nos beneficia que a otros les vaya mal, y que la gente siga sin trabajo y sin dinero para poder comprarse una casa....

-Efectivamente- insistía Casandra-.

-Joder. No hay derecho- sentenció Augusto-.

Y la cosa supuso un logro repartido en dos mitades: Casandra consiguió convertirse en propietaria, y Augusto logró su sueño de vivir en su barrio preferido: Santa Aurelia, una zona de clase trabajadora, situada justo en el límite urbano de Sevilla, pero que se halla muy bien comunicada gracias al servicio de autobuses, además del metro. Augusto le había cogido mucho cariño a ese barrio desde que empezó a salir con Casandra (ella había vivido allí con sus padres antes de independizarse, lo cual le hizo, inicialmente, sentir cierto rechazo a la idea de comprarse el piso en esa misma zona). Por su parte, a Casandra, lo que le convenció del piso que habían comprado, fue que estaba recién reformado, que a ella le encantaba la reforma, y, además, que cumplía con el perfil que ella exigía: que tuviera dos cuartos de baño y cuatro habitaciones.

Pero lo que Augusto sacó en limpio de todo este embrollo, de haberse convertido en propietario, de haberse embarcado en una hipoteca, fue que no lo dudó ni un segundo. Porque estaba tan seguro de que él quería a Casandra y quería compartir su vida y su futuro con ella, que la única duda que le entró en el último momento fue la que le hizo preguntarle al notario que en qué parte del documento tenía que estampar su firma. Al coger el bolígrafo y plasmar su garabato sobre el papel, no le tembló el pulso más de lo habitual.




1 comentario:

  1. CAS:
    La entrada número 100 es de mis favoritas. Espinoso asunto el que planteas. Parece que seamos unos cabrones egoístas y que nos alegremos de la crisis del país. No es así. Precisamente por la crisis que hay nos miraban con cara de póker en cada sucursal de cada banco al que nos arrastramos para pedir la hipoteca. Y cuando les enseñábamos las nóminas seguían pidiéndonos entradas desorbitadas o avales que garantizasen que no íbamos a dejar de pagar. Lo que me hace pensar, ¿los bancos saben algo que no sabemos? ¿los funcionarios ya no somos su tabla de salvamento? ¿nos pueden despedir? VÉRTIGO.
    Respecto a lo del casero, es cierto. Qué hombre más bueno. El casero ideal. Y la propiedad privada, de momento, nos ha ocasionado molestias, pero no problemas (agente inmobiliario de los cojones aparte). Claro, que peor lo pasó el tal "Chispum". Tuvo que negociar con mi padre. Tanta veces me pidió que lo dejase en casa que ahora me río. ¡Infeliz!
    Yo me quedo con la espinita de Sevilla Este (tan lejana, en el espacio, el tiempo y el presupuesto), pero bueeeeeno...reconozco las ventajas de vivir a dos calles de mis padres (y las que vendrán) y me hace gracia cuando hablamos de sitios del barrio que aún no conoces.
    He pasado en este barrio más de 20 años de mi treintena, y ahora lo miro sin prisa, hacia adelante.
    Esta noche el Mandarino se viste de fiesta, pues va a vivir su primera Noche Vieja ;)
    ¡Feliz año, mi amor!
    pd: ¿qué hacías sentado SOBRE la mesa del notario? ¡Qué confianzas!

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