BLOG DE RAFA PARRA SOLER

De vocación, poeta, ensayista y dramaturgo.











jueves, 26 de diciembre de 2013

El desorden cotidiano (99)

Augusto era muy descuidado en sus asuntos personales. Aunque también tenía derecho a serlo, porque, una vez que has cumplido debidamente con las responsabilidades básicas que sostienen tu existencia (levantarte a las siete de la mañana, coger el autobús a las ocho menos cuarto para llegar al instituto a las ocho y cuarto y cumplir con tus obligaciones laborales hasta las tres de la tarde), también tienes derecho al esparcimiento, al descanso, al ocio y al perreo. Dicho de otra manera: a hacer, simple y llanamente, lo que te apetezca, cuando te apetezca y de la manera en que te apetezca, si es que te apetece hacer algo, porque también puede uno pasarse la tarde tumbado sobre el sofá viendo la televisión o echándose una siesta de varias horas de duración, que para eso se levanta uno todos los días tan temprano. Y no es que a él no le gustara hacer nada. Ya sabemos que Augusto se dedicaba a leer y escribir por las tardes. De hecho, también sabemos que, cuando no podía leer, se ponía de mal genio.

Pero hay que insistir en lo primero que se ha dicho: que Augusto era muy descuidado. Y esto, cuando se vive en pareja, como era su caso, es algo muy peligroso, porque si tu pareja, como también es el caso, es todo lo contrario de lo que tú eres, entonces ahí se suelen producir roces, choques de perspectivas, enfados, peleas. Y Casandra era todo lo contrario de Augusto. Casandra tenía un sentido del orden y de la limpieza que a Augusto le agobiaba y le producía estrés, porque a Augusto le daba igual que un plato se quedara en la cocina dos o tres días enteros sin fregar. A Casandra, no. Eso, a ella, le daba asco. Y no le faltaba razón. Augusto reconocía que podía llegar a ser muy guarro en este aspecto, lo que tampoco es normal y, por tanto, es motivo de corrección, que Augusto se esforzaba en llevar a cabo con la ayuda de Casandra.

Por eso, Augusto tenía que espabilar y ponerse a la altura de su novia, porque, además, en ejemplos como éste, ella tenía la razón. Porque lo razonable y habitual en las personas, en seres civilizados, es tener por costumbre hábitos de higiene, orden y limpieza mínimamente regulares, y, en esto, Augusto era muy dejado. De hecho, la primera vez que se fue a vivir solo, tenía el piso hecho un asco, y, cada vez que Casandra iba a visitarle, él tenía que ponerse a fregar, a barrer, a limpiar y a ordenar como un loco para que, cuando llegara ella, la casa estuviera, al menos, aparentemente decente.

Sin embargo, Casandra era el extremo contrario. El orden y la limpieza constituían auténticas obsesiones para ella. Una cosa es ser una persona limpia y ordenada, y otra cosa es imponerte esos hábitos como si tu propia casa tuviera que estar así, limpia y ordenada, pero para otros, no para uno mismo. Porque a ella le agobiaba mucho no haber limpiado, ordenado, fregado el día que ella quería hacerlo, y esto le agobiaba como si la casa que ella limpiaba y ordenaba no fuera la suya propia y tuviera que rendir cuentas a extraños. Es decir, como si no pudiera limpiar y ordenar su propia casa cuando a ella le diera la real gana de hacerlo. Era como lo que le pasaba a Augusto con la lectura: cuando no podía leer, se ponía de mal humor. Y a Casandra esto le molestaba mucho, porque lo de Augusto con la lectura le parecía algo enfermizo. De todos modos, lo de Casandra era más comprensible, porque ella era alérgica a los ácaros, y por eso procuraba mantener la casa lo más limpia posible. Esto Augusto muchas veces no lo tenía en cuenta y le llevaba a actuar con egoísmo, sin pensar en las necesidades y los problemas de su novia.

El caso es que Augusto había tenido que aprender a ser más limpio y más ordenado, o, mejor dicho, a ser limpio y ordenado, a secas. Y esto le había venido muy bien, como tantas otras cosas buenas que le había aportado Casandra. Pero también es cierto que le daba mucho coraje cuando ella se adelantaba y realizaba las labores domésticas que le correspondían a él, a estos mismos efectos de mantenimiento, orden y limpieza de la casa, solo porque ella no podía soportar que los platos de la comida siguieran puestos sobre la mesa a las siete u ocho de la tarde, cuando Augusto estaba en su despacho haciendo sus "cosas de poeta", como Casandra las llamaba. O sea, que Casandra no podía esperar a que Augusto terminara de hacer sus cosas de poeta para ponerse a recoger los platos de la comida, llevarlos a la cocina y fregarlos. Ella no podía resistirse a hacerlo ella misma si a las ocho de la tarde Augusto todavía no se había encargado de hacerlo él mismo.

En suma, no es lo mismo vivir solo que vivir en pareja. Cuando uno vive solo, puede permitirse hacer ciertas cosas o mantener determinados hábitos que, en caso de vivir en pareja, son incompatibles. Esto es obvio. Y en el caso de Augusto, no era una cuestión subjetiva. Cuando se trata de orden y limpieza, o eres limpio y ordenado, o eres sucio y desordenado. Casandra era lo primero, y Augusto, lo segundo. Y, al menos en esto, Augusto tenía que aspirar a ser como Casandra. Porque no es normal que una persona de treinta y pico años sea sucia y desordenada. Eso es normal en los niños, que tienen que tener a sus mamás detrás de ellos para que hagan las cosas bien. Augusto era un adulto, y no debía acomodarse a tener a Casandra continuamente detrás de él para que fuera limpio y ordenado. Eso no era justo para ella, y era muy egoísta por parte de Augusto, quien, a veces, se aprovechaba inconscientemente de la diligencia de su novia, que muchas veces tenía que hacer su tarea y la de Augusto.

Augusto debía cuidar más a su novia, porque ella se dejaba el alma y el sudor de su frente para cuidarle a él. Y Casandra también trabajaba, y también tenía que madrugar todos los días, y sus madrugones eran mayores, y su instituto estaba mucho más lejos, y no por eso dejaba de cumplir con las obligaciones domésticas diarias. Casandra había sido y seguía siendo el chaleco salvavidas de Augusto, pero Augusto también tenía que ser el chaleco salvavidas de Casandra. Él era una buena persona y la quería muchísimo, pero debía esforzarse por estar más pendiente de su novia y en ser más detallista con ella. Comérsela a besitos no era suficiente. Debía esforzarse en cuestiones prácticas y necesarias, como cumplir con su parcela de obligaciones domésticas e interesarse más por cosas que, a lo mejor, a él le parecían banales, pero que eran importantes para Casandra. Porque Casandra se merecía todo eso, porque todo eso, y más, lo hacía ella por él desde que se conocieron.

No es que Augusto no hiciera nada ni aportara nada a la pareja, pero él sabía que Casandra siempre ponía el doble o el triple de lo que ponía él en su relación. Quizá, porque a ella se le daba mejor. Quizá él se acomodaba a las iniciativas de ella y le dejaba hacer y deshacer, porque también hay que reconocer que a Casandra le encantaba mandar. Pero eso no podía o no debía utilizarlo Augusto como excusa para dejarse llevar por ella y que él no tuviera que hacer nada. Él tenía que poner de su parte. Y, si ya ponía algo, tenía que esforzarse en poner más. Casandra se lo merecía.

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