
Y eso es exactamente lo que está sucediendo ahora. La crisis del primer mundo se manifiesta en la pérdida de miles de millones de euros, mientras que la situación en el tercer mundo se está saldando con la pérdida de miles de millones, pero de vidas humanas en este caso. Cuando en países africanos, como Somalia, se está extendiendo una epidemia de cólera que está acabando con cientos de personas cada día, existen casos como el de un tal Bernard Madoff, gestor financiero de grandes fortunas, quien,en su momento, defraudó a sus clientes 34000 millones de euros. Así son las cosas en estas circunstancias: las clases altas pierden su dinero, las clases medias pierden sus empleos y los parias pierden su derecho a vivir.
Y yo me pregunto, en medio de todo esto, si la economía planificada sigue siendo una expresión tabú o políticamente incorrecta a estas alturas de lo que está pasando. Yo creo que el sistema capitalista debería abandonar su natural arrogancia, mirarla a los ojos con humildad y arrodillarse ante ella con la intención de concederle una oportunidad. Porque la economía planificada no tiene la culpa de las atrocidades que llevaron a cabo individuos como Stalin, Pol Pot o Mao Zedong. Y porque los mecanismos actuales no bastan. Es más: son cómplices. Ni una Comisión del Mercado de Valores o un Tribunal de Defensa de la Competencia a nivel nacional, ni una Comisaría de la Competencia o un Banco Central a nivel europeo, ni una Organización Mundial de Comercio, Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico o un Fondo Monetario Internacional a escala global. Todos ellos son organismos reguladores, y, en última instancia, favorecedores del capitalismo global de las deslocalizaciones de empresas y consiguientes reducciones de plantilla, del "dumping" y de la competencia desleal, de la explotación salarial del mileurismo y de las 65 horas de trabajo a la semana.
Se podría poner en práctica una economía planificada a través de los cauces de la democracia parlamentaria sin rasgarse las vestiduras. De este modo, la economía, en su totalidad, se convertiría en una actividad pública destinada al bien común, consensuada en el Parlamento a través de los representantes elegidos por los ciudadanos. Cambiarían entonces, y para bien, la mentalidad y los términos: los "consumidores" se convertirían en "ciudadanos" y los "empresarios" se transformarían en "servidores públicos".
Se podría poner en práctica una economía planificada a través de los cauces de la democracia parlamentaria sin rasgarse las vestiduras. De este modo, la economía, en su totalidad, se convertiría en una actividad pública destinada al bien común, consensuada en el Parlamento a través de los representantes elegidos por los ciudadanos. Cambiarían entonces, y para bien, la mentalidad y los términos: los "consumidores" se convertirían en "ciudadanos" y los "empresarios" se transformarían en "servidores públicos".
Se podría intentar, de verdad. No puede ser tan difícil. Es una cuestión de decencia, y de pensar más en los demás y menos en uno mismo.