BLOG DE RAFA PARRA SOLER

De vocación, poeta, ensayista y dramaturgo.











jueves, 17 de mayo de 2012

El desorden cotidiano (17)

Augusto era una persona extremadamente nerviosa, si bien, dentro de lo que cabe, durante los últimos años había conseguido domeñar ese carácter y adoptar una actitud más sosegada. Sin embargo, todavía quedaban en él muchas huellas de esa antigua naturaleza ultranerviosa, las cuales se manifestaban en forma de tics, que, a su vez, se plasmaban en un amplio abanico de manifestaciones fisiológicas o corporales: desde mover los hombros sin parar, manía que había sido, por cierto, testigo de su primera comunión, junto con la de morderse el labio inferior, hasta las típicas de agitar el lápiz o el bolígrafo o tamborilear con los dedos, pasando por clavarse las uñas de un dedo del pie en los dedos adyacentes. A veces, incluso, la conducta de Augusto había rayado en lo neurótico al practicar, aunque de forma inconstante, hábitos como encender y apagar las luces varias veces seguidas.

Lo más curioso de todo es que, después de todos esos años, Augusto seguía practicando muchos de esos antiguos tics, pero con la notable diferencia de que, ahora, lo hacía para relajarse y no, como antaño, para manifestar un estado de tensión o nerviosismo. Al final, tantos años de psicoterapia, medicación, experiencias de la vida y, sobre todo, mucha actividad reflexiva y meditativa que le había conducido a un conocimiento de sí mismo de solidez y profundidad considerables, a lo que le habían ayudado, y seguían ayudando, sus plácidas y sesudas lecturas, le habían servido para madurar como persona y ganar dosis de autocontrol, que era una forma de conquistarse a sí mismo y tomar las riendas de su propia vida.

De modo que, en realidad, y después de todo, Augusto se sentía orgulloso de sus tics nerviosos (o relajantes, a estas alturas de su vida, como ya hemos señalado) y de sus rarezas, porque tanto éstas como aquellos formaban parte del modo en que él plasmaba su dominio sobre sí mismo, la manifestación de su personalidad y su manera de estar en el mundo tal y como él quería que fuera. Y esto es algo que le había costado mucho tiempo y sufrimiento conseguir. Pero, después de todo, y por fortuna, ya estaba empezando a conseguirlo, y si utilizo estos términos para expresar los pensamientos de mi querido Augusto es porque, al igual que él, yo opino que uno nunca termina de situarse en el mundo exactamente tal y como desea. Eso sería lo ideal, pero la vida está continuamente poniéndonos toda clase de obstáculos para impedirnos alcanzar la perfección en la realización de nuestros deseos. Pero lo que importa señalar es que Augusto ya hacía algún tiempo que había alcanzado las condiciones suficientes para empezar a construir, con el cemento de sus acciones y los ladrillos de sus ideas, el edificio de su propia felicidad.


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