BLOG DE RAFA PARRA SOLER

De vocación, poeta, ensayista y dramaturgo.











miércoles, 4 de diciembre de 2013

El desorden cotidiano (95)

Augusto odiaba la Navidad. Sin embargo, no siempre había sido así. Este odio se fue fraguando a medida en que Augusto iba adquiriendo conciencia sobre aquella verdadera realidad en que la Navidad se había convertido: una fiesta de consumo desenfrenado envuelta en esa empalagosa hipocresía que predica la Navidad como una época mágica en la que todos nos perdonamos todo, todos nos queremos mucho y nadie pasa hambre ni ningún otro tipo de necesidades. Ya tenemos el resto del año para seguir siendo unos miserables, unos egoístas, cínicos y ruines los unos con los otros. O sea: unos hijos de puta.

Pero en Navidad, no. En Navidad, todos somos unos santos varones y unas santas mujeres y, por encima de todo, felices y contentos... incluso los niños de Uganda, del Sáhara Occidental y de China, que para eso están las campañas navideñas con su culto a la caridad (Un juguete, una ilusión, para los niños de África, comprando este bolígrafo... como las "pastillas contra el dolor ajeno"... ¡no te jode!). En verdad os digo, lectores, que a Augusto se le abrían las carnes rodeado, como se sentía, por tanta basura ética y moral.

Y ese es solo uno de los aspectos que Augusto odiaba de las fiestas navideñas. El otro era el gregarismo impuesto por las tradiciones o por los hábitos de consumo fomentados por las grandes superficies comerciales (Ya es Primavera en El Corte Inglés... Ya es Navidad en Carrefour... aprovecha nuestros descuentos..). Augusto odiaba tener que hacer lo que hace todo el mundo en Navidad. Estar con la familia, de acuerdo. Pero, ¿por qué en Navidad, precisa y necesariamente? ¿Qué pasa con los otros trescientos y pico días del año? ¿Y por qué tenía él, Augusto, que celebrar algo que no quería, y en lo que no creía?

Porque esa era otra cuestión importantísima. Se ha perdido el verdadero significado de la Navidad, que es la celebración del Nacimiento de Jesucristo. Esto es la Navidad, que, etimológicamente, procede del término natividad, que es sinónimo de nacimiento ("acción y efecto de nacer"). La Navidad era una fiesta religiosa de los católicos para celebrar el nacimiento del Hijo de Dios, y se había convertido, mejor dicho, se había rebajado a  la condición de culto pagano al consumismo materialista.

Esto no siempre había sido así. Cuando era pequeño, a Augusto le encantaba que llegara la Navidad para ponerse a colocar los adornos, sobre todo el portal de Belén. Lo hacía con su madre, a la que tan unido había estado siempre. De todos modos, no se equivoque el lector deduciendo de todo esto que Augusto había cogido odio a la Navidad debido a la ausencia de su madre. Nada tenía que ver una cosa con la otra. Aunque algo sí es cierto: le habría encantado a Augusto que su madre siguiera viva para animarla a liderar una campaña contra la desvirtuación materialista de la Navidad y para la recuperación de su esencial y originaria naturaleza de fiesta religiosa.

De hecho, Augusto animaba a todos los católicos a que tomaran alguna iniciativa de esta clase. Porque era su espacio y su protagonismo, el del nacimiento de Dios y la alegría de sus fieles seguidores, pero la voracidad capitalista de la sociedad de consumo, a través de las maniobras comerciales y publicitarias de las grandes empresas de juguetería, electrónica, perfumería y textiles se lo había arrebatado.

Desde que estaba con Casandra, cada vez que llegaban las fechas navideñas, a Augusto se le presentaba un dilema moral y afectivo, porque él, como ya sabemos, odiaba la Navidad, mientras que a Casandra se le caía la baba y se le iluminaban sus ojitos de almendra de puro entusiasmo. O sea, Augusto y Casandra, la noche y el día. Por consiguiente, Augusto tenía que tragarse muchos sapos (cosa que hacía, en el fondo, con mucho gusto, puesto que el amor también es sacrificio por la persona amada) para hacer feliz a Casandra durante la que, de hecho, era la época favorita de ella, especialmente el 5 de enero, cuando llegaban los Reyes Magos con la cabalgata.

Ese era el día más importante del año para Casandra, y Augusto no podía fallarle a su muñequita. De hecho, él no se había perdido ni una sola cabalgata desde que estaba con Casandra. Todos los años, todos los días 5 de enero desde hacía seis años, Casandra y Augusto, al llegar la tarde, sobre las cinco o las seis, salían de casa para meterse en todo el barullo, el gentío y el mar de multitudes que cada año inunda la calle San Jacinto del barrio de Triana, y se plantaban justo frente a la Parroquia de la Estrella (por estricto imperativo de las tradiciones familiares de Casandra, ya que su padre era miembro de la Hermandad correspondiente), y ahí se quedaban esperando a que pasaran los Reyes Magos seguidos por las cabalgatas temáticas correspondientes, que  Augusto no sabía si su aparición cada año obedecía a algún criterio (unos años pasaba una cabalgata de la última película Disney o de alguna marca comercial que, se supone, patrocibana a la cabalgata, etc.).

Y, por supuesto, aparecían los niños que iban montados en los vehículos que transportaban las cabalgatas, y que lanzaban caramelos a la multitud allí presente. El primer año en que Augusto asistió a la cabalgata de los Reyes Magos, se le pegaron tantos caramelos a las suelas de los zapatos, que tuvo que tirarlos a la basura.

Aparte de todo esto, luego estaba el asunto de los regalos de navidad, a cada año más peliagudo, pues, como vivimos en una sociedad opulenta a pesar de la crisis, y, por definición, las sociedades opulentas se caracterizan por la sobresaturación de bienes de consumo, resulta que todo el mundo tiene de todo, y uno no sabe ya qué regalar a sus seres queridos. Y Casandra se agobiaba mucho por esto, y Augusto le decía que no se agobiara, porque lo importante no es el regalo, sino el detalle, la intención, el gesto y el acto de amor que supone hacer un regalo a una persona.

Pero no había manera. Si no había un acto de consumo ortodoxamente capitalista de por medio, Casandra no se quedaba tranquila. A veces compraba algo para alguien, pero luego se sentía mal porque lo que había comprado era demasiado barato, y ella pensaba que eso era una cutrez. "Pues le compro otra cosa que sea más cara y le regalo las dos", y así se quedaba más tranquila. Pero en esto, Augusto no culpaba a Casandra. Más bien, al contrario: la admiraba profundamente por su extraordinaria generosidad. Le encantaba hacer regalos y tener cualquier tipo de detalle con los demás. Y, en esta generosa inclinación suya, era extremadamente cuidadosa en todos los aspectos, tanto en la forma como en el fondo. Le gustaba encargarse personalmente de envolver los regalos, o de preparar una sorpresa, ya fuera para Augusto, para su madre, para su padre, para su hermano o para sus amigos.

Se podría afirmar que la Navidad sacaba lo mejor de Casandra, si no fuera porque ella era una mujer alegre, original, detallista, creativa y generosa no solo en Navidad, sino también durante el resto del año. Y esa era una prueba más de la gran personalidad que poseía, y que era la cárcel de amor dentro de la cual Augusto se hallaba gozosamente preso.

2 comentarios:

  1. Varias pegas: no hay carrozas de marcas publicitarias, no inventes. las carrozas se escogen en relaciòn a las películas/dibujos animados/eventos deportivos/ ciudad de Sevilla (metro, tranvía de época,etc). Recuerda que también hay carrozas literarias: Platero, Quijote...No digas que sales a las 5 de la tarde cada 5 de enero. el año pasado me fui con Espe y mi hermano y tú más tarde con mis padres. Me tachas de materialista, haces bien, lo soy. Pero tú también buscas regalitos para tu familia. Sin ilusión, pero lo haces.

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  2. Cada cual puede elegir celebrar la Navidad a su antojo o ni siquiera celebrarla.En casa de tus abuelos maternos, el 24 por la tarde-noche venía un jesuita y antes de sentarnos a cenar, se celebraba la Santa Misa en el salon de casa.El buen cristiano debe darle a estas fiestas su verdadero sentido.El que no sea cristiano, no tiene porque hacerlo.

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