BLOG DE RAFA PARRA SOLER

De vocación, poeta, ensayista y dramaturgo.











domingo, 8 de diciembre de 2013

El desorden cotidiano (96)

A Augusto le encantaba tirarse pedos. Pero no por el hecho en sí, que a muchos parecerá, seguramente, una guarrería y una cochinada. La cosa tiene su explicación fisiológica, y es que el pobre hombre producía muchos gases. ¿Qué culpa tenía él de que sus aparatos digestivo y excretor, y su metabolismo, en general, funcionaran de esa manera? Y, ¿no es verdad que a todos nos encanta deshacernos de cualquier cosa que nos esté suponiendo una molestia física, o de cualquier otro tipo?

Porque tirarse un pedo, para Augusto, es como pagar la letra de la hipoteca, la cuota de la comunidad de vecinos, o como quitarse el traje y los zapatos sentado sobre la cama después de una larga y dura jornada de trabajo, o como llegar a casa con los carritos de la compra y vaciarlos, o como, para un estudiante, quitarse la mochila llena de libros y cuadernos y depositarla en el suelo.

Se trata del placer que siente uno, que sentimos todos y que, por supuesto, sentía Augusto, de deshacerse de una molestia, de poder quitársela de en medio de un manotazo, como cuando anda un mosquito molestándonos y, en un descuido suyo, nos tomamos el gustazo de aplastarlo contra el cristal, contra la pared o contra el suelo de la habitación.

Se trata del placer de quitarse un peso (o pedo) de encima-valga el juego de palabras-. Y uno no es físico ni químico, pero sabe que la materia pesa, sea cual sea el estado en que se manifieste: sólido, líquido o gaseoso. En el caso de Augusto con el asunto de los pedos, está claro que se trata de materia gaseosa. Sin embargo, Augusto no podía ir por ahí tirándose pedos todo el día. Debía reprimirse en la mayoría de los casos. Afortunadamente, la naturaleza le había dotado de un esfínter que no funcionaba demasiado mal, y que no le quedaba más remedio que ejercitar, al menos, hasta que llegaba a su casa. Y si, encima, Casandra se hallaba ausente por la razón que fuera (trabajo, familia, amigos, compras, etc.), entonces Augusto ya podía relajarse y peerse donde fuera: en la cocina, en el lavabo, en el salón...

Y lo hacía con una delectación muy particular, del mismo modo en que se saborea un canapé o un bombón de chocolate relleno de frutas del bosque, porque para eso se había estado aguantando todo el santo día.Donde más a gusto y placenteramente lo hacía era, como es natural, en el cuarto de baño, sentado sobre el retrete. Estando ahí, ni siquiera Casandra tenía autoridad moral para echarle la bronca cuando se tiraba pedos, porque se supone que es el retrete el lugar en el que se desempeña este tipo de escatológicas labores. Bueno... en realidad, sí tenía razón para bronquearle si se dejaba la puerta abierta, cosa que a ella le daba mucha rabia, mientras que a Augusto le parecía algo de lo más natural.

Tanto para tirarse pedos como para hacer caca, Augusto sentía cierto placer masoquista y, a la vez, inspirador. Le causaba tanta satisfacción física y fisiológica el sentir ganas de ir al baño, como el hecho de plantar el pino, como vulgarmente se dice. De hecho, muchas veces se llevaba la libreta y el bolígrafo y, mientras apretaba para soltar el excremento (más blando o más duro según los casos, y en función de lo ingerido, si habían sido hidratos de carbono o fibra), se le ocurría un verso, o un poema entero, o una idea brillante para una obra de teatro.

Y a la hora de orinar, le pasaba exactamente igual, excepto por el trauma que arrastraba del pasado debido a la incontinencia que había sufrido. En estos casos, jamás se relajaba, porque, si lo hacía, esto le recordaba a cuando soñaba que hacía pis en el retrete, y luego resultaba que se lo había hecho en la cama, con el consecuente sentimiento de humillación y profundo avergonzamiento que sentía al despertarse con esa humillante y repugnante sensación de humedad y olor a ácido úrico. Por tanto, al orinar, por ejemplo, jamás se le ocurría cerrar los ojos y dejarse llevar por el placer de la descarga del líquido fecal, debido a esos recuerdos desagradables del pasado. Lo que hacía era mantenerse en tensión, con la mirada fija sobre el chorro de orina que caía al fondo del retrete. Tenía, por otra parte, la extravagante costumbre de escupir mientras orinaba intentando que el salivazo atravesara el chorro amarillento.

Augusto se tomaba todas estas cosas con la máxima naturalidad, porque las funciones fisiológicas que desempeña nuestro organismo para funcionar correctamente no suponen ningún motivo de vergüenza, porque eso es lo que somos todos nosotros por dentro: gases, jugos gástricos, secreción y producción de toda clase de fluidos para facilitar todas las funciones (respiración, digestión, excreción, motricidad...), y todo ello a través de las vísceras, de los intestinos, del hígado, del páncreas, de los pulmones, de los músculos, de los dientes, etcétera. Por esta razón, Augusto creía que no había que avergonzarse de tirarse pedos cuando uno necesitaba hacerlo, ni de eructar por el mismo motivo.

Que sí, que es verdad que estas cosas se ven como algo feo, e incluso pestilente, en el caso de los pedos (y en el de los eructos, según los casos y lo que uno haya comido), y que uno, por educación, debe esperarse a estar solo para poder darse el desahogo correspondiente. Pero es que si no lo hiciéramos, es decir, si no nos hiciera falta tirarnos pedos, orinar, eructar y cagar, sería mucho peor, porque significaría que estamos muertos.

Por lo tanto, Augusto no solo no se avergonzaba de ser un pedorro, sino que lo agradecía, porque esta clase de cosas, para él, eran una manera, muy íntima, eso sí, de sentirse vivo, de experimentar cómo su organismo funcionaba bien, con absoluta normalidad, y que, por tanto, según él deducía, podía decirse que estaba físicamente sano. Y la salud, como dice la canción, es lo más importante de la vida.

1 comentario:

  1. Muy bien Rafa por tratar este tema con tanta naturalidad.Porque,al fin y al cabo...¿que es un pedo?.
    El pedo es una porción de aire comprimido, que sale por el culo haciendo ruido.
    Los pedos al salir salpican el calzón, dejando en la nariz un refrescante olor.
    Como verás hasta con los pedos, se puede hacer poseía.

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