BLOG DE RAFA PARRA SOLER

De vocación, poeta, ensayista y dramaturgo.











lunes, 9 de diciembre de 2013

El desorden cotidiano (97)

Cuando Casandra era pequeña, no le gustaban nada las muestras de cariño, y así lo manifestaba cada vez que algún familiar, especialmente sus padres, sus tíos o sus abuelos, intentaban darle una abrazo o un besito. Se puede afirmar, por tanto, que el carácter de la pequeña Casandra era un tanto arisco.

Curiosamente, una vez le dijo su abuela que todos los besos que su nieta no daba ni se dejaba dar, se los daría y los compartiría con su novio cuando llegara el momento. Y el momento llegó a partir de aquel inolvidable 8 de octubre de 2007. Entonces empezaron a cumplirse las profecías de la abuela de Casandra, porque su novio, Augusto, no paraba de comérsela a besitos, y ella se dejaba tan ricamente, porque le encantaba. Y, por supuesto, le correspondía, aunque en menor proporción, ya que lo de Augusto era algo insuperable, pues se mostraba continua e incansablemente cariñoso con su muñequita.

Quizá, a algunos pueda parecer extraño el hecho de que Casandra se hubiera enamorado de una persona tan empalagosa como lo era Augusto, teniendo en cuenta la personalidad de ella, anteriormente descrita. Pero, cuando una persona encuentra a su media naranja con la contundencia e inmediatez que producen los efectos de las flechas de Cupido, se produce tal hechizo y transformación en el alma del sujeto, que muchas de las cosas que no le gustaban, o que no le gustaban de otras personas, resulta que le vuelven locas si proceden de la persona amada, y hasta tal punto, que se tornan imprescindibles.

Evidentemente, Augusto daba gracias por este estado de cosas, pues no puede haber mayor gozo que el hecho de que la persona a la que amas, y que te ama, te acepte tal y como eres. Y en el caso de Augusto, además, no era solo que Casandra le hubiera aceptado tal como él era, sino que muchos de los rasgos de la personalidad de él, a ella la volvían loca.

Augusto podía considerarse muy afortunado por haberse topado con un salvavidas como Casandra, quien le protegía constantemente de los agitados embates marinos y del  inestable y, en muchas ocasiones, traicionero oleaje del océano de la existencia.

Por otra parte, a Augusto no había quién le ganara en eso de dar besitos. Era todo un experto, un artista consumado, gracias, también, a que Casandra se dejaba hacer. Por ejemplo, había dos grandes tipos de besos: los ruidosos y los silenciosos. Los primeros son los que más gustaban a Augusto, porque hacían un ruido de ventosa (que Augusto solía prolongar alargando el efecto de succión y produciendo una especie de chirrío como de puerta abriéndose o cerándose) , muy graciosillo, que a Augusto le dejaban un regustillo y un sabor lleno de ternura, especialmente cuando Casandra cerraba los ojos y ofrecía tierna y generosamente su blanda y tibia mejilla para que Augusto se la succionara con toda la suavidad y la delicadeza de quien manifiesta, de esa manera, su amor hacia la persona amada.

Otro tipo de besos, los silenciosos, tenían la ventaja de que se daban con más rapidez, y permitían a Augusto estar comiéndose los mofletitos de Casandra durante un buen rato. Estos no sonaban, pero eran mucho más numerosos, y eran los que más gustaban a Casandra, precisamente por eso, porque no hacían ruido. Y es que a ella no le gustaba llamar la atención cuando iba con Augusto por la calle, en el metro, en el autobús o en el taxi, y muchas veces le pedía que le diera besitos de los silenciosos.

También le gustaba a Augusto besar a su novia dándole bocaditos, es decir, tapándose los dientes con los labios (como cuando imitamos a una persona que no tiene dientes) y agarrando la piel de Casandra con los mismos labios. Una vez que tenía la piel agarrada por los labios, la soltaba con un soplidillo algo brusco. Era como dar un chupetón, pero no chupando la piel, sino soplándola.

Por último, cuando hacía frío, Augusto abrazaba a Casandra y, como un vampiro que chupara la sangre de su víctima, abría su boca, la ponía sobre el cuello de Casandra y exhalaba todo su calor corporal para que ella no sintiera frío. Ellos llamaban a esto, en su particular idioma de pareja, "fu", por onomatopeya del ruido que se produce cuando se sopla.

Como se puede comprobar, el enamorado Augusto era todo un experto en desplegar y expresar sus sentimientos por Casandra de mil maneras diferentes. Se podría decir que sí, que era un besucón, pero un besucón sofisticado, original, creativo y, sobre todo, espontáneo. De hecho, seguramente fue la espontaneidad de Augusto lo que enamoró a Casandra, que todavía recordaba esos versos de Jorge Manrique que él le recitó aquella primera noche en que se encontraron:

"Quien no estuviera en presencia,
no tenga fe en confianza,
pues son olvido y mudanza
las condiciones de ausencia."





2 comentarios:

  1. Me alegro que Augusto y Casandra disfruten con sus besitos.Pero recuerda Augusto, que yo soy muy cariñoso con las tías y muy arisco con los tíos.

    ResponderEliminar