BLOG DE RAFA PARRA SOLER

De vocación, poeta, ensayista y dramaturgo.











martes, 10 de diciembre de 2013

El desorden cotidiano (98)

Resulta curioso y, a veces, hasta asombroso, cómo el paso del tiempo nos hace ver las cosas desde una perspectiva totalmente distinta en comparación con el modo en que las veíamos en la época durante la cual se produjeron.

 A Augusto le pasaba esto, por ejemplo, con la música. Por infancia, él era de la generación de los años ochenta, y su adolescencia transcurrió durante los años noventa. Y las canciones y los grupos musicales que, en aquella época, le habían parecido horteras, cursis, frívolos o de dudosa calidad artística, ahora le sabían a clásicos del pop cada vez que los escuchaba.

Y es que el sentimiento de nostalgia surte esta clase de efectos con mucho poder y mucha intensidad. Incluso, a pesar de que Augusto no tenía, precisamente,  demasiados recuerdos felices de aquellos años. Sin embargo, con el paso del tiempo, como hemos señalado al principio, ese mismo efecto nostálgico nos hace recordar todas las cosas pasadas con cariño, porque, al fin y al cabo, han formado parte de nuestra vida, es lo que hemos vivido y lo que nos ha hecho llegar hasta donde estamos y ser lo que somos.

Él se sentía muy orgulloso de formar parte de la generación de los años ochenta, pues aquellos últimos coletazos de la movida madrileña, y no solo madrileña, como dice un escritor, dieron frutos de una calidad musical excelente, empezando por Mecano, cuyas letras jamás pasarán de moda, porque en ellas se cuentan historias reales, y con ese aderezo, entre sarcástico y pintoresco, que caracterizaba al grupo, como la genial "No hay marcha en Nueva York", que empieza con un apunte de economía (devaluación del dólar), continúa mencionando a Napoleón, y cuenta una anécdota (no sabemos si real o inventada, pero brillante, en cualquier caso) del turista imitando a la Estatua de la Libertad, y un policía deteniéndole por creer que estaba haciendo el saludo comunista...

En suma: letras, las de Mecano, que cuentan historias llenas de humanidad y poesía, y plagadas de referencias culturales: lo que viene siendo género de cantautor de altísima calidad, como no podía ser menos contando el grupo con figuras del nivel de Nacho y José María Cano, además de la carismática Ana Torroja, por supuesto, no como los productos prefabricados de ahora, basados en el modelo de Operación Triunfo, La Voz y todos los derivados, cuyo formato de selección y eliminación de concursantes ya empieza a cansar un poquito al espectador.

O, al menos, eso es lo que pensaba Augusto. Aunque también reconocía él mismo que los primeros éxitos de Bisbal, Bustamente, Chenoa y de toda la llamada Generación OT ya formaban parte de su propia vida y, por tanto, habían pasado, del mismo modo, a formar parte de esos clásicos que le emocionaban de pura nostalgia (y no solo por nostalgia: algunos eran realmente buenos... según Augusto, claro).

El caso es que, volviendo al asunto de la música de los noventa, lo que, en su momento Augusto había llegado a aborrecer por parecerle música para adolescentes del sexo femenino, o porque consideraba que eran simple y llanamente horteradas en estado puro, ahora él los reivindicaba como clásicos de su época, que era también la época de esas mismas adolescentes a las que antes veía con malos ojos, algunas de las cuales habían sido compañeras suyas de colegio y de instituto... Suponía Augusto que todos estos radicales cambios de pareceres formaban parte del hecho de madurar e ir convirtiéndose en un adulto.

De modo que ahora Augusto se enternecía de nostalgia cada vez que escuchaba los grandes éxitos de Britney Spears (ahora, "Baby, one more time" le parecía entrañable), Backstreet Boys ("I want it that way", entre otras, como "Backstreet's back"), Take That ( con esa preciosa canción, "Back for good", que a Augusto casi le hacía llorar, o la versión de "How deep is your love", original de los Bee Gees, o con esa otra más actual, "Have a little patience", otra balada preciosa).

También recordaba Augusto esos refritos de Máquina Total, que, como el lector sabrá, eran mezclas de éxitos recientes. Él recordaba esas ediciones de Máquina total, de la que llegaron a sacar a la venta seis, siete u ocho partes, como hacen ahora con las series cinematográficas de Destino Final o de Scary Movie. Y también recordaba que, en una de esas ediciones, habían mezclado fragmentos del grupo "Viceversa" (tu piel morena sobre la arena, nadas igual que una sirena....) con Paco Pil, un extravagante pinchadiscos o DJ, como se dice ahora (viva la fiesta... entra en trance, paranoias, adelante, surcaremos el sonido hasta que tu cuerpo aguante...), y con rugidos de dinosaurio, aprovechando la moda que el estreno de Jurassic Park, ese arrollador éxito de Steven Spielberg, había inaugurado.

¿Y qué decir sobre los músicos españoles? Para Augusto, la muerte de Antonio Flores, que, para él, había sido el mejor de su familia, con mucha, muchísima diferencia, incluyendo a Lola Flores, supuso una pérdida irreparable, pues toda esa ternura, dulzura y sensualidad que caracterizaban el estilo del melenudo cantautor se habían perdido para siempre, y solo nos quedaba el consuelo de sus grandes éxitos, como "Abril", "No sé por qué", y ese precioso manifiesto antibelicista, "No dudaría". O la versión original de Joaquín Sabina, "Pongamos que hablo de Madrid", a la que Antonio Flores imprimía un ritmo rockero muy apropiado. Siguiendo con el mismo Joaquín Sabina, ese músico todoterreno que lo mismo se saca del sombrero (literalmente hablando) una balada, una pieza de rock o, al modo de Serrat o Paco Ibáñez, una melodía para ponerle música a algún poema de Lorca, Alberti o Espronceda...

El que a Augusto le parecía de una cursilería incurable era Alejandro Sanz, del cual solo salvaba "No es lo mismo", esa especie de rap aflamencado en el que la cursilería deja paso a un tono de desnuda, franca, informal y despreocupada displicencia envuelta en una capa de ironía escéptica (valga la redundancia) que a Augusto sí le parecía algo auténtico y con sabor a una mezcla de buenas y malas experiencias.

Sergio Dalma era tan cursi como Alejandro Sanz, y, sin embargo, a Augusto le gustaba mucho. De hecho, "Bailar pegados" era una de las canciones con las que la relación entre Casandra y Augusto había empezado a nacer. Y otras, como "Galilea" y "Solo para ti", hacían idénticas delicias en el paladar musical de Augusto.

De lo que Augusto se había dado cuenta reflexionando sobre todos estos temas, es el hecho de que las canciones extranjeras de sus años juveniles le hacían sentir más nostalgia que las canciones españolas de las mismas épocas. No se daba esto en todos los casos, pero sí, en la mayoría de ellos. Y, realmente, no tenía ninguna explicación para ello. Pero daba igual. Lo realmente importante es que la música, viniera de donde viniera, le siguiera emocionando, porque para eso está.

Realmente, Augusto llegaba a la conclusión de que lo que se suele entender como "clásico" no es más que un concepto cargado de connotaciones pedantescas y academicistas, y que lo realmente clásico es lo que nos emociona en el momento de su creación, y nos sigue emocionando en adelante y para siempre.

1 comentario:

  1. A mi también me ha pasado que no presté atención a ciertos cantantes o grupos musicales cuando tuvieron éxito y años después los escuchaba con agrado.He de reconocer que esto me ocurría por mi caracter rebelde. Yo siempre estuve en contra de las modas.

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