BLOG DE RAFA PARRA SOLER

De vocación, poeta, ensayista y dramaturgo.











jueves, 12 de julio de 2012

El desorden cotidiano (20)

Augusto y Casandra tenían, entre otros proyectos comunes, uno muy especial y entrañable: la paternidad. Querían tener una hija (y una solo, que ya era bastante) y llamarla Galatea. La idea se la había propuesto Casandra a Augusto a los pocos meses de comenzar la relación, y el acuerdo fue instantáneo. A Casandra le gustaba el mito clásico de la ninfa Galatea. Además, le tenía mucho cariño a Góngora, el poeta cordobés del siglo XVII que había escrito una de sus obras más famosas inspirándose en el mencionado mito grecolatino. A Augusto le gustaba el nombre porque le sonaba de maravilla y ya se imaginaba cómo iba a ser su hijita: una adorable niña de ojos almendraditos, como los de Casandra, de labios firmes y carnosos, como los de Casandra. En otras palabras: Augusto quería que su hija se pareciera físicamente a Casandra, porque le encantaban las fotografías infantiles de su novia. Se le caía la baba con ellas y quería que Galatea fuera exactamente igual. Eso, en cuanto al físico, porque Augusto quería que su hija heredara la personalidad de su padre, y que quisiera ser de mayor escritora o actriz o directora de teatro, y que, obviamente, le gustara mucho, mucho, mucho leer. Augusto se imaginaba yendo a la biblioteca pública con su pequeñaja. También se imaginaba acunándola para dormirla en sus brazos mientras le recitaba poemas.

A Casandra esto no le desagradaba, aunque, a veces, bromeaba con su novio diciéndole que, si su Galatea iba a salir tan repelente como su padre, ella se iba a morir del disgusto. Al margen de esto, ambos, tanto Casandra como Augusto, fantaseaban constantemente con la maternidad, en el caso de ella, y con la paternidad, en el casi de él, evidentemente. Les embargaban sentimientos de ternura cada vez que se imaginaban llamando a Galatea para comer, para cenar, para merendar, para ir a la compra, al cine, al parque o a Chipiona con los abuelos. A Augusto le encantaba imaginarse cambiando los pañales a su hijita, y enseñandole a comer de todo (carne, fruta, verdura, legumbres...). Esto solo lo podría hacer él si había que predicar con el ejemplo como método educativo, ya que Casandra era muy delicada y selectiva a la hora de comer. A Augusto, en cambio, le encantaba comer de todo, y, cuanto más exótico, mejor. Todo lo contrario de lo que le sucedía a Casandra, que, si no sabía lo que se estaba comiendo, no podía comérselo y lo rechazaba.

A veces a Augusto le entraba una preocupación, absurda o razonable, según se mire: la de ser estéril. Él, en principio, solo quería ser padre biológico. No quería adoptar, llegado el caso. Y le preocupaba el asunto de la esterilidad debido a que siempre llevaba el teléfono móvil metido en el bolsillo derecho del pantalón. De vez en cuando le entraba el arrebato y decidía que quería hacerse las pruebas de fecundidad, pero Casandra le llamaba a la tranquilidad y le decía que no fuera exagerado. Pero es que para Augusto era muy importante poder darle una criatura a su novia. Él quería sentir ese vínculo tan estrecho que siente un padre hacia sus hijos, porque, en su opinión, de ahí procedía, en la mayoría de los casos, la vocación y el instinto paternal. Y eso es lo que Augusto deseaba. No estaba seguro de que, en caso de tener que recurrir a la adopción, pudiera llegar a sentir ese vínculo y de querer al hijo adoptivo como es debido.

Aun así, de momento no había que agobiarse, pues ellos eran jóvenes y tenían margen para seguir planteándose el asunto de tener a su anhelada Galatea.

2 comentarios:

  1. Cas: Las cosas importantes de la vida a fuego lento. No hay prisa, ya llegarà...tqm

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  2. Hola Rafa, que bonita forma tienes de contar las cosas sencillas de la vida, desprendes bondad y buenos sentimientos.
    Perdona por haber tardado tanto en volver a visitarte.
    Un abrazo.

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