BLOG DE RAFA PARRA SOLER

De vocación, poeta, ensayista y dramaturgo.











lunes, 10 de septiembre de 2012

El desorden cotidiano (27)

Augusto había sido muy religioso hasta pocos años después de que muriera su madre. Había sido ella, precisamente, quien le había inculcado la profunda devoción cristiana de la que había hecho gala hasta que Dios decidió, injustamente, llevarse a su madre antes de tiempo, cuando él ni siquiera había cumplido los veinte años de edad.

El caso es que, pese a que Augusto se había vuelto ateo hacía algunos años, había llegado a sentir, durante la plenitud de sus años de amor materno, un profundo sentimiento de fe católica. Su madre se había encargado, con mucho tesón y perseverancia, de conducir a sus cuatro hijos por la senda de la Santa Madre Iglesia Católica, Apostólica y Romana. De hecho, en el año 1992 viajaron todos a Roma para recibir al papa.

Augusto siempre había pensado que el momento de la comunión era el más solemne, majestuoso y espiritual de la liturgia eucarística, porque, cuando llegaba el momento de comulgar, la gente se levantaba del banco, se dirigía al altar, donde esperaba el sacerdote para dar las comuniones y, después de esto, se volvían todos a sus asientos con mucha seriedad y lentitud en sus pasos. Cuando se sentaban de nuevo, se arrodillaban y parecía entrar en trance místico. Eso, a Augusto, le impresionaba muchísimo, hasta el punto de que llegó a creerse que realmente, en el momento de la comunión, la persona experimentaba un proceso de arrebato espiritual comparable a los efectos psicosomáticos que provocan las drogas. Por esta razón, cuando le llegó el día de estrenarse como partícipe en la recepción del cuerpo de Cristo, al recibir la oblea en su boca se dio cuenta de que no pasaba nada, ya que él no experimentaba ningún efecto sobrenatural de esos que él había creído percibir en los demás feligreses que habían recibido la comunión antes que él. Para Augusto fue una gran decepción aquella experiencia o, mejor dicho, aquella ausencia de experiencia, que echaba por tierra sus expectativas de experiencia mística con la comunión.

Al principio, Augusto pensaba que, si la gente que comulgaba se quedaba igual que antes, esa apariencia de arrobo, de solemne recogimiento mental y corporal que él llevaba observando toda su vida en los adultos que se levantaban del banco para ir a recibir la comunión, no era otra cosa que puro fingimiento. Pero su madre le explicó que no es que aquello fuera fingido, sino que todo era cuestión de fe. Si tú crees que has recibido el cuerpo de Cristo, entonces piensas que ahora formas parte de él, y él, parte de ti, y eso te conduce a una sublimación de ese sentimiento de devoción que te embarga. Pero es todo mental. No se produce ninguna reacción física en tu cuerpo. No es algo objetivo. Si fuera objetivo, no tendría ninguna gracia, porque, entonces, la fe estaría demás. Eso es lo que Augusto opinaba ahora, no sin cierta socarronería. No obstante, él respetaba profundamente a quienes seguían creyendo en la religión católica, aunque él hubiera renegado de ella.

1 comentario:

  1. Cas:

    ¡qué genial! no podías volar ni te salías peillos perfumados, ¿no?

    Yo también me di cuenta del rollo que me contaban preparándome para la comunión, que si no hubiese supuesto la fiesta, los regalos y el traje de princesita, la hubiese hecho Rita la cantaora...

    Qué coñazo come cocos es la misa, joooooder. Venga a hablar de gente que no existe, que yo me imaginaba en mi cabeza como dibujitos animados...que si corderos y sandalias...¡venga ya!

    Y obligaciones, muchas, todas. Prohibiciones. Y madrugones los domingos...menuda carga...

    A los 8 años, después de haber hecho la comunión, decidí que nada de ese mundillo iba conmigo, así que habré comulgados dos o tres veces en mi vida: la del día de la comunión y algún otro día, sólo para poder chulear a mis primas con el "yo sí puedo y vosotras no", pero vamos...sigo sin superpoderes :(

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