BLOG DE RAFA PARRA SOLER

De vocación, poeta, ensayista y dramaturgo.











martes, 26 de marzo de 2013

El desorden cotidiano (44)

Cuando se produjeron los atentados del 11 de marzo de 2004, Augusto estaba allí mismo, en Madrid, continuando los estudios universitarios que había comenzado en Sevilla. Sin embargo, todos aquellos acontecimientos de los que fue testigo tan cercano, le desbordaron tanto mental como emocionalmente. Lo primero fue debido a que la ignorancia de la que adolecía por aquel entonces le hacía absolutamente incapaz de asimilar todo aquello y, por tanto, incapaz también de comprenderlo y de tomar partido y conciencia de manera firme y sólida.

Quién había sido. Esa era la pregunta más importante que la ciudadanía quería que la clase política fuera capaz de responder. Y, como España es un país de envidias, rencores y reproches mutuos,  sucedió que, en lugar de unir fuerzas, se produjeron los habituales enfrentamientos partidistas, cómo no, entre los mismos de siempre: PSOE y PP, a los que iban unidos los respectivos aledaños mediáticos y parlamentarios.

Augusto, al no poseer aún conocimientos sobre todas las cuestiones que se estaban tratando por aquellos días, tanto en los medios de comunicación como a pie de calle,  se sentía nadar en un mar de confusiones tan proceloso y agitado, que se agarraba a lo que unos u otros le decían en cada momento: cuando estaba en la Facultad, pensaba lo que casi toda la gente y los compañeros comentaban, es decir, que había sido Al Qaeda, el grupo terrorista de Bin Laden, el autor de los atentados, y que lo había hecho para vengarse de la intervención española en el Irak de Sadam Hussein, con motivo de la búsqueda de armas de destrucción masiva alentada por el gobierno estadounidense de George W. Bush. Por lo tanto, dentro de esta postura, todos los ataques iban directamente contra la figura de José María Aznar, a quien muchos consideraban como una marioneta de los norteamericanos. Esa era, y sigue siendo, la postura de la izquierda política y social en España sobre la cuestión.

Cuando Augusto regresaba de la Universidad y entraba en el ambiente familiar, la versión que circulaba sobre los hechos era totalmente distinta: el atentado había sido obra de la banda terrorista ETA, cuyos integrantes pretendían, gracias al atentado, hacer que fueran los socialistas quienes ganaran las elecciones generales del 14 de marzo. Esta teoría dio aliento, posteriormente, a otra de mayor envergadura e iguales despropósitos por parte de los medios de comunicación afines al Partido Popular, y según la cual el atentado de los trenes se había llevado a cabo con la complicidad del PSOE para ganar las elecciones. Esta suposición de la derecha era tan grave como el hecho de culpar al entonces presidente Aznar de las casi doscientas muertes que se produjeron a causa de los atentados que tuvieron sus emplazamientos en las estaciones de Atocha, El Pozo del tío Raimundo y Santa Eugenia.

No era de recibo ni una cosa, ni la otra: ni acusar al PSOE de estar implicado en las matanzas, ni, por el contrario, echarle la culpa de ellas al Presidente del Gobierno, así como tacharle de asesino durante la celebración de las manifestaciones que se organizaron posteriormente y días antes de la fecha de las elecciones.

El caso es que Augusto estaba hecho un lío, porque no sabía a quién creer. Y, puesto que no tenía conocimientos, su sensación de impotencia y frustración intelectual le sumieron en un estado de autohumillación, porque él, dentro de su ignorancia política, simpatizaba con la izquierda y con el PSOE, tendencia que había sido fruto, en parte, de la influencia paterna y , también en gran medida, del propio sentido común, pues no había que ser una persona muy instruida para darse cuenta de que el mundo está muy mal repartido, y de que los que tienen más deben ayudar a los que tienen menos. Y en eso consistía el socialismo.

En aquellos momentos, Augusto estaba viviendo en Madrid, que, a efectos simbolicos de índole familiar, constituía un poderoso foco de pensamiento político conservador, o sea, de derechas. Él quería defender las posturas de la izquierda, que eran las de su padre, pero no tanto por su padre (al que muchas veces había visto ser atacado por la familia de su madre por motivos ideológicos, y de ahí que él quisiera defenderle) como por el hecho de que él creía en ellas sinceramente. Pero, cada vez que lo intentaba, salía escaldado, porque sus tíos y sus primos estaban mucho más informados que él, y ellos eran todos del PP.

Fue entonces, y por el último motivo comentado, cuando Augusto decidió ponerse a remontar y a recuperar el tiempo perdido: si quería ser un escritor y un intelectual, no podía seguir siendo un inculto. Si quería tener ideas políticas propias y ser capaz de defenderlas ante los demás, tenía que empezar a leer libros sobre el tema. Sobre ese y sobre muchos otros, porque las únicas lecturas que había podido atesorar Augusto hasta el momento habían sido de poesía, y no demasiadas. De modo que se propuso convertirse en un lector voraz, y, poco a poco, lo iría consiguiendo.

En cuanto a lo que sucedió después de los atentados del 11 de marzo en Madrid, ya se sabe: ganó Zapatero las elecciones y el PSOE volvió al poder. Mientras, la prensa de derechas, resentida por la derrota del PP, se dedicó, básicamente, a construir la teoría de la conspiración y a estimular la crispación ideológica, social y política en la opinión pública que le era afín y que veía sus programas de televisión, leía sus periódicos y escuchaba sus emisoras de radio.

Y, al tiempo que todo esto ocurría, Augusto iba remontando en su lucha contra la ignorancia, y cada vez aprendía más y se reafirmaba más en sus convicciones socialistas, y también cada vez de manera más autocrítica, porque, al principio, todo lo que se hacía o decía desde las filas del PSOE le parecía que estaba bien. Tenía que estar bien, porque para eso eran ellos los socialistas. Tardó en quitarse de encima esos prejuicios ideológicos, pero, finalmente, lo consiguió.

Así es cómo los horribles acontecimientos del 11 de marzo afectaron en la personalidad de Augusto. Fue el comienzo de su lucha contra su propia ignorancia y el punto de partida de su afán por alcanzar un espacio propio en el terreno de las ideas políticas, y en el de las ideas, en general. Fue el comienzo de su formación política e intelectual. Es cierto que, objetivamente hablando, no tenía mucho que ver una cosa con la otra. Sin embargo, se prometió a sí mismo que nunca volvería a cogerle por sorpresa otro acontecimiento histórico como aquél sin que él tuviera elementos de juicio para intentar valorarlo en su medida exacta y, en consecuencia, poder formarse una opinión propia sobre el asunto. Porque, a fin de cuentas, se trataba de eso: de alcanzar la suficiente cantidad de madurez, de experiencias y de conocimientos para formarse una opinión propia sobre cualquier asunto. Esa, y no otra, es, en esencia, la tarea del intelectual que Augusto se había propuesto llegar a ser.

En el plano puramente humano de la tragedia del 11 de marzo, Augusto fue testigo, también, de cómo todo el pueblo de Madrid se movilizó para ayudar a los supervivientes de la matanza. El día de los atentados, Augusto no había ido a la Facultad porque había huelga de estudiantes, si no lo recordaba mal. Aunque tampoco estaba totalmente seguro de por qué no había ido. El caso es que ese día no hubo clases y Augusto se quedó en casa de su tío Ignacio, en Cobeña, el pueblo de las afueras de la capital donde vivía. A lo largo de la mañana, recibió varias llamadas desde Sevilla. La primera fue de su padre. Hablando con él, Augusto no pudo reprimir las lágrimas y rompió a llorar mientras su padre trataba de calmarle. Luego le llamaron sus amigos sevillanos de la Facultad y le dieron muchos ánimos. Ese mismo día comió con su tío en un restaurante, y a la vuelta, sobre las cuatro de la tarde, Augusto recordaba cómo desde los programas de radio seguían sumándose víctimas mortales a la siniestra lista de fallecidos por el atentado.

Al día siguiente se organizó una manifestación. Augusto acudió a ella con sus amigos de la Facultad. Pero el ambiente estaba demasiado crispado y politizado, y lo que tenía que haber sido un gesto colectivo de solidaridad y apoyo de todos hacia todos, se convirtió en un acto dividido en que cada cual defendía a los suyos por intereses políticos e ideológicos. Una vez más, los españoles, movidos por rencores ancestrales, se defraudaron mutuamente y no supieron estar a la altura de las circunstancias. No supieron ver que el enemigo no era la izquierda ni la derecha. Porque el enemigo no era el adversario político, porque la existencia de este tipo de adversarios se da por sentada y asumida en una democracia. No, ese no era el enemigo. El enemigo eran los que habían matado a 192 personas inocentes que habían ido a trabajar en su tren de todas las mañanas.

Lo que Augusto, pasado el tiempo, pudo sacar en limpio de todo aquello fueron dos conclusiones: la primera fue que Aznar no tuvo la culpa de aquellos atentados, (aunque Augusto sí creía que estos se habían producido como represalia por la intervención española en Irak)  y que había que ser un miserable y un radical para pensar eso. Y la segunda: que el PSOE tampoco tuvo la culpa, y mucho menos fue cómplice, del acto terrorista, por mucho que éste le hubiera favorecido claramente a la hora de ganar las elecciones generales del 14 de marzo. También pensaba Augusto que quienes creían esa teoría de la conspiración eran unos miserables y unos extremistas.


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