BLOG DE RAFA PARRA SOLER

De vocación, poeta, ensayista y dramaturgo.











lunes, 30 de mayo de 2011

Felipismo, guerrismo, zapaterismo... y ahora, "carmonismo"

El carmonismo es un intento de elevar los gritos del 15- M a los cauces oficiales de puesta en práctica. Su creador, José Carlos Carmona, es un militante socialista, totalmente desconocido en el mundo de la política, pero con bastante prestigio en otros ámbitos de mejor reputación, como el universitario en particular (es profesor de Filosofía) y el cultural en toda su extensión (director de la Orquesta Sinfónica de Sevilla, profesor de creación literaria, colaborador radiofónico, etc.).

Este señor, cuyos avales son incontestablemente sólidos, pretende dar el salto a la política profesional presentándose como candidato a las primarias del PSOE. Este señor quiere hacer, de las reivindicaciones de los "indignados", el programa político del Partido Socialista para las próximas Elecciones Generales.

El carmonismo constituye la ocasión perfecta para que el PSOE se recicle y se reinvente; para que recupere sus señas de identidad: aquellas que lo definen como socialista y obrero (lo de español es evidente). El profesor Carmona parece reunir las condiciones adecuadas para devolverle a su partido político la integridad doctrinal que Zapatero ha destruido. Carmona es capaz de restituir todo el potencial transformador, revolucionario, inconformista y antiburgués del socialismo español, y toda la dignidad proletaria de sus orígenes.

Desde que Felipe González despojara al partido de su condición de marxista, el PSOE no ha hecho otra cosa que desdibujarse a través del tiempo, y a lo largo de toda la historia de políticas concretas llevadas a la práctica por los sucesivos gobernantes socialistas: desde la reconversión industrial que condujo a la primera huelga general de nuestra democracia, hasta los recortes sociales de Zapatero por mandato de Merkel y Obama.

Desde sus inicios, a partir de la Transición, la historia reciente del socialismo español se ha plasmado de formas distintas, al calor de las rivalidades internas. Primero fueron el felipismo, de tendencia socialdemócrata, frente al guerrismo, de cariz más ortodoxo; más tarde, Zapatero inauguró la tendencia que lleva su nombre ("zapaterismo"), que, hasta la fecha, había venido representando lo que Philip Petit denomina "republicanismo cívico", una versión moderna de Montesquieu compatible con la monarquía, en que los ciudadanos son considerados como tales, y no como súbditos. Todo ello, envuelto en una burbuja de optimismo radical que le ha llevado a acuñar expresiones mediáticas como "optimismo antropológico" o "alianza de civilizaciones". Todo esto muy bonito hasta que llegó el impacto de la crisis económica a nuestro país. Entonces metió la pata hasta el fondo, y hasta el punto de poner en cuestión la vigencia semántica de las siglas que definen su partido.

José Carlos Carmona presenta unos perfiles inmejorables, y el primero de todos, el más alentador: ser un desconocido en política, pues ya sabemos que no hay peor criatura que un político profesional. Es célebre en los terrenos en que debe serlo: su trabajo y sus ocupaciones artísticas y culturales. Sus orígenes no son nada sospechosos de albergar intenciones de enriquecimiento personal, ya que no es banquero ni empresario, ni nada por el estilo. Todo lo contrario: su currículum y trayectoria profesional envuelven su figura en un aura de romanticismo y de transparencia en cuanto a los motivos personales que le han llevado a dar este paso tan importante y audaz. Si maneja bien sus recursos, no tendrá dificultades en ganarse la simpatía de las bases del partido, primero, y del electorado español, después.

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