BLOG DE RAFA PARRA SOLER

De vocación, poeta, ensayista y dramaturgo.











sábado, 22 de septiembre de 2012

El desorden cotidiano (31)

Entre otras experiencias traumáticas que Augusto arrastraba de su infancia y adolescencia, una de ellas entraba en la definición de acoso escolar. Ocurrió en dos etapas de su vida: una, en el colegio, cuando estudiaba el nivel de educación primaria, y la otra, ya durante sus años de la antigua E. G. B.

En el colegio, un prestigioso centro católico ubicado en una de las mejores zonas de Sevilla, el verdugo fue la señorita María Palomo, una anciana sesentona (al menos, así la recordaba Augusto) que se cebaba constantemente con los pequeños estudiantes de parvulito sometiéndoles a casi todo tipo de agresiones físicas: tirones de oreja, bofetones y otras muestras de dudosa afectividad. En el caso de Augusto, además, se añadía el maltrato psicológico, pues, debido a la extrema timidez que, durante aquella época de su vida, manifestaba nuestro querido personaje, la malvada profesora se mofaba de la conducta del pequeño, hasta el punto de que, un día en que los padres de Augusto se reunieron con ella para hablar de su hijo, ella les dijo que él era autista. En calidad de psicóloga ocasional, basaba la profesora su diagnóstico en los comportamientos de Augusto que ella observaba en el aula. Especialmente, en referencia a una anécdota que se repetía todos los días: el funcionamiento de la clase se basaba en que, al principio de cada sesión, la profesora sacaba los materiales de trabajo para que los niños los cogieran, los utilizaran para, al final de la clase, devolvérselos a la señorita y volver a pedírselos al día siguiente. Resulta que Augusto, por timidez, nunca los devolvía debido al temor que le causaba el hecho de tener que relacionarse con los demás, tanto con sus compañeros como con la profesora. Para devolver los materiales, había que levantarse del asiento, dirigirse a la profesora y hablar con ella, aunque fuera solo para decirle "señorita, ya he terminado", y esto para Augusto era un obstáculo imposible de superar, porque requería la posesión de un mínimo de habilidades sociales que el pobre Augusto aún no tenía. Por esta razón, cada día Augusto les pedía a sus padres unos lápices de colores nuevos, o plastilina nueva, o cualquier tipo de material que estuvieran manejando en la clase. Y sus padres se lo compraban. Y cuando la profesora les explicó lo que pasaba, ellos lo entendieron. Sin embargo, no les gustó nada que ella dijera que su hijo era autista. Entre otras razones, porque ellos sabían que eso no era cierto. Y es que una cosa es ser tímido, por muy tímido que uno sea, y otra, muy distinta, ser autista. Y entre lo uno y lo otro existe un trecho patológico demasiado serio como para ser motivo de las frivolidades pseudofacultativas de una vieja amargada como aquella maltratadora de niños.

Augusto tenía muy claro que jamás perdonaría a la señorita María Palomo. Le guardaba mucho rencor, porque sabía que los maltratos que esa mujer le había producido en el colegio eran la causa evidente de muchos de sus traumas, inseguridades y complejos. Porque, si él era tímido, la señorita María Palomo había acentuado ese carácter, y, si él era inseguro, la señorita María Palomo le habiá hecho elevar su grado de inseguridad.

Pero no acababan ahí los sufrimientos infantiles de Augusto, porque, en ese mismo colegio, pero ya en cursos superiores (Augusto había estado estudiando allí desde preescolar hasta los primeros años de la E.G.B.), algunos compañeros también habían contribuido a que los últimos años de la infancia y los primeros de la adolescencia de nuestro personaje hubieran sido especialmente amargos. De hecho, Augusto recordaba perfectamente cómo, durante un acto de celebración del Día de Andalucía en el patio del colegio, con el himno sonando por la megafonía, acabó llorando debido a las crueles provocaciones de unos cuantos compañeros suyos, que se habían afanado en insultarle y humillarle de varias formas.

En su querido pueblo de Tomares, que había sido su fortaleza y su dominio durante muchos años, también empezó Augusto pasándolo mal con algunos de sus compañeros del nuevo colegio en el que sus padres decidieron matricularle. Aquí no tuvo profesores malvados, pero algunos compañeros siguieron dándole motivos para maldecir a sus semejantes. No recordaba ninguna agresión tan concreta como la que había recibido durante aquel Día de Andalucía en su anterior colegio, pero sí le venían a la mente imágenes sueltas de los recreos (conservaba recuerdos sueltos sobre el agudo y hormigueante escozor que más de una colleja le había provocado en el cuello y en la nuca) y de las salidas, cuando acababa la jornada escolar y tenía que regresar a su casa, que, afortunadamente, no se encontraba lejos de allí.

En definitiva, se puede afirmar que Augusto no había tenido una infancia y una adolescencia demasiado felices, y no por falta de afecto familiar ni comodidades materiales, sino porque, debido a su personalidad introvertida y pasiva, fue una víctima constante del lado más hostil de estas importantes etapas de la vida, ya que fue objeto de toda clase de humillaciones, tanto ajenas como las propias a las que él mismo se sometía debido, una vez más, a sus complejos e inseguridades. Muchos años tardaría en superar, a base de experiencias, terapias, consejos y muchas reflexiones, todos estos problemas. Y, cuando, por fin, estaba empezando a superarlos y a lograr estabilidad en su vida, pensaba que, por nada del mundo, querría revivir aquellos años de amargura y sufrimiento.

2 comentarios:

  1. CAS:

    Leyéndote, me acuerdo del capítulo de ANHQV en el que Mauri logra vengarse de la Señorita Marga. ¿Harías lo mismo con la Palomo?

    A todos nos han dado collejas, empujones a la salida y patadas en el recreo. Los niños son así. Crueles, brutos y saben perfectamente oler el miedo y cómo manejarlo. Lo importante es que te quitaste esa coraza de timidez y saliste al mundo. Y vaya si saliste. Ahora hablas hasta con las piedras y te pones el mundo por montera. Hay quienes son así de reservados y tímidos siempre. Tú ya no tienes problemas sociales: tienes grandes amigos, te relacionas bien con tus compis de trabajo, incluso con tus alumnos. Quedó atrás. Disfruta de tu nueva personalidad. La mariposa no volverá a convertirse en capullo, es biológicamente imposible.

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  2. Estoy emocionado, no hay nada más apasionante que una autobiografia,y mas cuando conoces a la persona.Has empezado a brillar tarde¡PERO CONQUE JODIDA INTENSIDAD CABRONAZO!

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