BLOG DE RAFA PARRA SOLER

De vocación, poeta, ensayista y dramaturgo.











sábado, 22 de septiembre de 2012

El desorden cotidiano (32)

Uno de los problemas de Augusto que habían sido motivo importante de complejos, traumas e inseguridades había sido de orden fisiológico: la incontinencia urinaria. Había sido su terca compañera de viaje hasta más allá de haber rebasado la mayoría de edad, si bien, durante esos uĺtimos años, las vergonzosas humedades se habían producido de forma muy discontinua.

Para Augusto, como seguramente para cualquiera, resultaba penosa y patéticamente embarazoso despertarse mojado. El sentimiento de vergüenza que le invadía, cada vez que esto sucedía, era horrible. Le hacía sentirse inferior, retrasado, inmaduro. Le hacía tener miedo a beber agua, o cualquier tipo de líquido (refrescos, etc.) por la noche, desde que cenaba hasta que se acostaba. Envidiaba mucho a su hermano mayor, que no tenia este problema, y podía permitirse el lujo de beberse todos los vasos de agua, o de Fanta o Cocacola, que quisiera. De hecho, Augusto recordaba una calurosa noche de verano en casa de sus abuelos de Granada. Dormía con su hermano en una de las habitaciones. Y recuerda cómo aquél se llevó una jarra llena hasta arriba de agua y se la puso al lado de su cama después de echar un buen trago para aplacar la sed provocada por esas altas temperaturas. Augusto envidiaba la seguridad y el gustazo con el que su hermano se permitía refrescarse antes de dormir, sin miedo alguno a mojar la cama durante la noche. Porque, además, Augusto tenía la manía de procurar hacer que pasaran dos o tres horas, desde el momento en que había acabado de beber el último vaso de líquido que bebiera esa noche, hasta el instante en que decidiera acostarse. Lógicamente, hacía esto con la intención de concederle a su cuerpo un margen para digerir el líquido y orinar lo que fuera necesario antes de irse a la cama, para quedarse tranquilo.

Pero no siempre era posible mantener ese margen. Y, cuando no podía hacerlo, Augusto lo pasaba mal, y lo que hacía, para conservar un mínimo de tranquilidad, era beber lo menos posible. Pero, entonces, le sobrevenía la sed, y volvía a pasarlo mal. La verdad es que lo suyo era de auténtica mala suerte, aunque fuera un problema más común de lo que Augusto pensaba. Y sus padres se lo decían para consolarle. Aun así, a Augusto le resultaba muy humillante tener que ponerse un pañal con catorce años.

Unas veces, la incontinencia se producía sin más; en otras ocasiones, el causante era un sueño. Y lo peor es que Augusto solía recordar no solo el sueño, sino, además, el  mismísimo pasaje del sueño en que su esfínter había decidido relajarse y dar vía libre a las aguas fecales. Y cuando, al despertarse, lo recordaba, sentía una impotencia tan embarazosa y vergonzante que solía dejarle muy afectado para el resto del día. Como el lector de estas líneas puede suponer, casi siempre los sueños que le provocaban la incontinencia estaban directamente relacionados con el susodicho acto fisiológico. Dicho de otra forma: soñaba que hacía pis, y se hacía pis.

Sin embargo, no siempre su incontinencia se había producido en horario nocturno. Augusto recordaba cómo, siendo muy pequeño, en el comedor del colegio se había orinado en los pantalones durante la comida. Como era demasiado tímido para avisar a los profesores vigilantes de que necesitaba ir al servicio, se había quedado sentado en la silla, aguantando y aguantando, hasta que no pudo aguantar más. Recordaba Augusto cómo, al terminar de comer y levantarse para salir del comedor, caminaba de manera torpe debido a la pesadez de sus pantalones mojados. También es cierto que esta incontinencia no había sido anómala desde el punto de vista cronológico: aunque Augusto no lo recordaba, cuando esto le sucedió no tendría más de siete u ocho años.

Lo que peor había llevado Augusto al respecto era, sin duda, tener que usar pañales por la noche. Esto le humillaba y avergonzaba sobremanera. Como hemos dicho antes, esto le hacía sentir como un niño pequeño, desvalido, dependiente de los demás, inmaduro y retrasado. Esto repercutía directa, grave y profundamente en su autoestima, y era una auténtica prisión para ella, que no podía avanzar y se quedaba estancada, si es que no descendía directamente a los abismos de las inseguridades, los complejos y los autorreproches.

1 comentario:

  1. CAS:

    Ahora ya sabes que es algo muy frecuente. Le pasa a mucha gente que conocemos (ya sabes a quien me refiero) y se sentían como tú. Y sí, a la persona a la que me refiero le pasó hasta los 19 años, así que...imagínate.

    Lo del comedor me es familiar. A mi hermano le pasaba muchísimo, y era al único de su clase, por lo que la vergüenza era aún mayor. Mi madre tenía que meterle en la mochila ropa seca a diario, por si acaso. Pero también lo superó.

    Qué poca cabeza la de tu hermano, o cuánta crueldad, sabiendo el problema que tenías y poniéndose una jarra de agua en la mesilla. Es para echarle la jarra de agua helada por la cabeza, a ver si aprendía a pensar o a usar el corazón.
    ¿Ves? Los críos son capullos, aquí un ejemplo.



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