BLOG DE RAFA PARRA SOLER

De vocación, poeta, ensayista y dramaturgo.











miércoles, 26 de septiembre de 2012

El desorden cotidiano (33)

Augusto había llegado a ser muy futbolero. El Atlético de Madrid y su familia fueron los culpables. Se hizo hincha colchonero de la noche a la mañana gracias a un encuentro memorable en que el equipo madrileño remontó tres goles en contra frente al Barça. Fue en la época en que jugadores como Caminero empezaban a destacar haciendo gala de unas habilidades que iban a sacar de más de un apuro al Atlético, que, siendo el tercer equipo de la historia del fútbol español por palmarés, había empezado una mala racha que le llevó a luchar durante varias temporadas seguidas por mantener la posición en la primera división de la liga española.

Augusto vivió estos años deportivos con mucha angustia, pero también con mucha pasión por su equipo y por el fútbol, en general. El virus del balompié se le inoculó, literalmente hablando, y por las venas le fluía su sangre rojiblanca, de la que se enorgullecía con ardor. Y, ciertamente, de ese ardor y de esos intensos años de pasión futbolera le quedaría un poso que jamás le abandonó. De hecho, lo aprendió todo sobre el fútbol y no solo no lo olvidó jamás, sino que, además, le ayudó a apreciar la belleza de este deporte en su justa medida.

Le gustaba, por ejemplo, presenciar por televisión una buena jugada de vez en cuando, aunque ya sin la pasión del gran forofo que había sido. Agradecía haber experimentado esos años de fervor rojiblanco, porque eso le había hecho adquirir cierta cultura deportiva que le permitía mantener una conversación sobre el deporte rey con cualquier persona, si bien el asunto de las plantillas de los equipos y de los jugadores titulares y suplentes es algo que ya se le escapaba de las manos, porque, para estar al día en eso, sí que había que mantener un interés diario por los acontecimientos deportivos. O sea: podía discutir perfectamente si en una determinada jugada se había producido un fuera de juego o un córner, o un penalty, pero si se hablaba de tal o cual jugador, a no ser que fuera muy conocido y se mencionara su nombre continuamente en los medios de comunicación, como lo habían sido Romario, Ronaldo, Zamorano o Zubizarreta durante su época de aficionado, o como actualmente lo eran Messi, Iniesta o Torres, en los demás casos Augusto ya se perdía. Aun así, él se enorgullecía de dominar mínimamente el tema, porque esto le permitía, como hemos comentado, mantener con los demás conversaciones más o menos frívolas o banales, o todo lo trascendente que pudiera llegar a ser una discusión sobre el gol que había marcado David Villa en el último minuto de descuento contra el equipo de turno en tal jornada de la liga.

Y poco más o menos le pasaba a Augusto respecto al golf. Con la única diferencia de que, en la práctica de este deporte, nuestro personaje había durado mucho menos. Dos años, aproximadamente. El golf era otra cosa. Pero Augusto se llevó una gran decepción, porque él pensaba que ese era un deporte tranquilo, que servía para relajarse, y, cuando él empezó a practicarlo, eran más numerosos los motivos y los momentos de estrés que los de relax. Y esto a Augusto le desconcertaba mucho, porque el golf, visto por la televisión, era como un documental de animales emitido por La 2 a la hora de la siesta. Resultaba somnífero y relajante. Pero eso sucedía cuando jugaban los profesionales, que eran los que salían en la televisión.

Evidentemente, Augusto no era ningún profesional. Aunque daba algunos buenos golpes de vez en cuando. Pero, cuando esto no pasaba, le sobrevenía la torpeza y no daba bien ni una sola bola, y entonces se ponía muy, muy nervioso, y lo pasaba mal. Y esto se acentuaba cuando jugaba  con sus hermanos, que eran muy competitivos y se picaban, y se ponían a gritar en cualquier momento por cualquier tontería. Y lo que más rabia le daba a Augusto era que sus hermanos no aceptaban elogios. Más bien, los despreciaban. Ellos jugaban muy bien al golf y, por tanto, daban muy buenos golpes, y cuando él estaba presente y los observaba, de vez en cuando soltaba algún elogio. Pero sus hermanos reaccionaban con enfado y con desprecio, debido a su egolatría y a su afán perfeccionista: ningún golpe era lo suficientemente bueno para ellos, y no podían soportar que llegara el inútil, el ignorante de Augustito a decir "¡qué pedazo de golpe que acabas de dar!", porque ellos sabían muy bien, tan autoexigentes como eran, que había sido un golpe mediocre.¡ Cómo se le ocurría a Augusto proferir semejantes blasfemias tan a menudo, Dios mío...!

Pero, gracias, de nuevo, a esta afición pasajera, también adquirió Augusto unos conocimientos básicos sobre la materia que le permitían seguir mínimamente las constantes conversaciones que su padre y sus hermanos mantenían a todas horas.

Básicamente, ésta había sido la relación de Augusto con los deportes, si bien nos queda por comentar alguna anécdota temprana referente a la práctica de la pesca, que había sido, como siempre, idea y capricho de su hermano mayor, al que se le antojó pescar la madre de ambos decidió comprar sendas cañas de pescar telescópicas. Augusto solo recordaba una vez que fueron a pescar, con un primo suyo, a orillas del río Guadalquivir, y con un sol de justicia. Sería primavera o verano, y se sentaron cerca de un pescador adulto que se hizo con una carpa, que fue objeto de admiración de los tres pequeños aspirantes a pescadores.

De la pesca, sin embargo, a Augusto no le había quedado ningún conocimiento. Pudo ser debido a la poca práctica que realizaron. No obstante, Augusto recordaba todas estas experiencias de forma entrañable y como pasos previos, e, incluso, puede que necesarios, hacia la conquista de su propio espacio, de su propio mundo y de sus propios gustos y aficiones, que, años más tarde, empezarían a apartarse bruscamente de lo que dictaba su hermano mayor, para seguir su propio camino, el que haría de Augusto la persona y el carácter que había acabado siendo: ni mejor ni peor que cualquier otro.

2 comentarios:

  1. Majestuoso es el autor,de el sus palabras que despiertan las mentes dormidas de quienes no han conocido lo que es el arte de la escritura con humor y con talento,tenemos entre nosotros,no solo a un aficionado con amplios conocimientos literarios y de lo que es la palabra en si misma,tanto en sentido sintáctico como morfológico,tenemos un ejemplo a seguir,que espera como el que desespera,a ser reconocido como tal,como a un escritor de verdad.

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  2. de su alumno Jesús Ostolaza.

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