BLOG DE RAFA PARRA SOLER

De vocación, poeta, ensayista y dramaturgo.











miércoles, 6 de febrero de 2013

El desorden cotidiano (37)

Entre otros hábitos extravagantes, Augusto tenía uno que consistía en leer algunos libros empezando desde el final. Igual que a algunas personas les daba por empezar por el postre a la hora de comer, Augusto abordaba determinado tipo de obras empezando por el último capítulo, sobre todo si, para él, lo más importante se hallaba en esas páginas. Esto sucedía con los libros de Historia sobre todo, y es que a Augusto le gustaba empezarlos casi siempre por la parte que él sentía más cercana y fácil de entender, para, de ese modo, facilitarse a sí mismo el enganche al ritmo de lectura requerido por el libro en cuestión.

Así, por ejemplo, siempre dejaba la Historia Antigua o la Prehistoria para el final, porque era la parte que más le aburría, que menos entendía o que más densa le parecía. Le costaba mucho situar, en su lugar correspondiente, nociones como paleolítico, neolítico, australopitecus u homo sapiens, así como el hecho de ordenar en su mente la sucesión cronológica de las civilizaciones antiguas, todas las cuales surgieron en el entorno de lo que la terminología historiográfica ha dado en denominar como la zona del Creciente Fértil, Oriente Próximo o Mesopotamia. Por más que lo leía en un libro y en otro, y luego en otro y en otro más, nunca lograba recordar cuál iba primero en el tiempo, si el imperio babilónico, el asirio o el sumerio.  Admiraba y envidaba a esos eruditos que hablaban o escribían con tanta familiaridad y cercanía sobre figuras o personajes como Nabuconodosor, Hammurabi, Jerjes o Darío. Su mente se esforzaba en tratar de moldear esa nebulosa de datos para tratar de convertirlos en conocimientos, pero le costaba mucho hacerlo, tanto como le costaba, por ejemplo, organizar lo que sabía de la Historia Medieval de España, sobre la cual poseía solo algunos datos firmemente asentados, como la batalla de Guadalete (año 711), la de Covadonga (año 718), la conquista de Toledo por Alfonso VI (año 1085) y la de Sevilla por Fernando III El Santo (1248). Pero con Al Andalus volvía a hacerse el lío entre tanto Abderramán, Al Hakem, Hixem, etcétera, etcétera. Lo único que tenía claro era lo de los reinos almorávides y almohades (el recuerdo de las Navas de Tolosa le servía para recordar también lo primero).

Volviendo al asunto de la Historia Antigua, el capítulo de Grecia y Roma le resultaba algo más fácil de asimilar, puesto que la materia, en estos casos, se organizaba cronológica y geográficamente de manera más uniforme (periodo minoico, micénico, clásico y arcaico, por un lado; monarquía, república e imperio, por el otro, y con los grandes protagonistas-personales e institucionales- de ambos lados: Pericles, Solón, Leónidas, Alejandro Magno, las ciudades-estado-Atenas, Esparta-, Roma, Julio César, Augusto, Nerón, el senado, los patricios, los plebeyos, la arquitectura, el derecho...).

Lo que mejor dominaba Augusto, por intereses y por ideología, era la época contemporánea y reciente, especialmente el periodo de la Guerra Fría, con los bloques capitalista y comunista, ámbito, este último, del que había leído tanto y seguía leyendo tanto, que se consideraba como un "experto aficionado" en la materia, si a tal expresión se le puede conceder algún atisbo de validez. Le encantaba recrearse en los desmanes del imperialismo yanki y en la sanguinaria, criminal y totalitaria hipocresía de la Unión Soviética y del mal llamado socialismo real. Todo esto le servía a Augusto como materia para elaborar sus propias teorías y fundamentar sus criterios sobre la teoría filosófica y económica de uno y otro signo. Tampoco podía faltar la era de la globalización (internet, el 11 de septiembre, la guerra de Irak, la matanza de Atocha del 11 de marzo de 2004...), que era lo primero que encontraba Augusto cuando abría el libro por las páginas finales, si la obra en cuestión era reciente, de los últimos quince o veinte años a esta parte, aproximadamente.

Este hábito de leer al revés da buena cuenta de los gustos lectores que cultivaba Augusto, quien, como ya sabemos, tenía el ensayo como uno de sus géneros literarios preferidos, y el cual, dadas sus características de forma y contenido, le permitía, en los casos en los que le interesara, empezar el libro por el último capítulo. Ideas y conocimientos... Ideas y conocimientos... Esa era la diana a la que apuntaba el arma de la voracidad lectora de Augusto.

1 comentario:

  1. Cas: Yo me lìo haciendo las cosas al revés...pero tú eres único e imprevisible. Bien por ti. tqm

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