BLOG DE RAFA PARRA SOLER

De vocación, poeta, ensayista y dramaturgo.











lunes, 25 de febrero de 2013

El desorden cotidiano (40)

La primera muerte de la que fue consciente Augusto fue la de su abuelo paterno, acaecida durante uno de los veranos de mediados de los años noventa. Estaba él en la finca familiar de la sierra de Jaén cuando una de sus tías le dio la noticia. A él, en principio, le habían despertado aquella mañana diciéndole que se vistiera y se arreglara rápidamente porque ese día se iban a ir de visita a Granada, que es la ciudad en la que vivía parte de su familia paterna (entre otros miembros de ésta, algunas de las hermanas de su padre y sus dos abuelos).

Todo iba normal hasta que Augusto entró en el cuarto de baño para lavarse los dientes. Entonces entró una de sus tías, que fue quien acabó dándole la noticia: su abuelo había muerto. En un primer momento, el gople fue bastante duro, porque el pequeño Augusto, hasta entonces, no había experimentado lo que significa perder a un ser querido. Por otra parte, nadie desea algo así a un niño de doce, trece o catorce años, que es la edad que tendría Augusto por aquellas fechas.

Se fueron a Granada, él y su hermano mayor, con uno de sus tíos, que les llevaba en coche.  Allí les esperaban sus padres, que habían pasado en la ciudad de la Alhambra los últimos días del abuelo Arturo, que era como se llamaba el padre de su padre. Cuando llegaron a su destino para celebrar el funeral, Augusto encontró a su madre muy afectada, y a su padre, lógicamente, también. Augusto recordaba con infinita tristeza el momento en que el féretro de su difuntoi abuelo fue introducido en su nicho, momento en el cual la madrina de Augusto, una de sus tías paternas, se derrumbó por la pena y emitió un desgarrado grito cargado de lamentos inconsolables. Otra de sus tías paternas trató de consolar a su hermana tratando de hacerle pensar que su padre, el abuelo de Augusto, ya no estaba ahí, que dentro del agujero que los enterradores estaban tapiando con cemento no era el cuerpo del ser querido, del padre, del abuelo, del tío, del amigo y del marido, sino una cosa inerte que permanecería en aquel emplazamiento a partir de ese instante simplemente como símbolo de la figura de la persona ausente, como referencia física que sirviera de sustento para el culto a la memoria del fallecido.

Posteriormente, en casa de los abuelos, en la protocolaria y tradicional prolongación del funeral, Augusto pudo acercarse a su abuela recientemente enviudada para darle el pésame, como lo que tantos otros familiares y amigos allí presentes habían ido a hacer, además de ofrecer todo el cariño y el apoyo a la familia más cercana. Obviamente, su abuela se encontraba, en esos momentos, para pocas alegrías, y, por esa razón, Augusto le dio todo el cariño, toda la ternura y todo el apoyo que pudo darle como nieto y como persona, como niño y como el adolescente incipiente que acababa de adquirir conciencia de que la muerte existe, como el pequeño Buda que acaba de perder la inocencia ante tan terrible y cruda visión de lo que la vida significa en realidad.

A su vuelta de Granada, cuando llegaron a la sierra de Jaén y les sirvieron la cena, Augusto, sentado a la mesa con un plato de sopa delante, no pudo evitar romper a llorar pensando en su abuelo. Sus tíos allí presentes trataron de consolarle con cariño y ternura, igual que él había hecho horas antes en Granada, en la casa de su abuela.

Después de la de su abuelo, la siguiente muerte que le golpearía más de cerca sería la de su madre. Mucho antes, también se había producido una tragedia en su familia. Había sido causada por un accidente de moto en pleno centro de Madrid, y la víctima había sido un tío suyo. El hermano pequeño de su madre. Pero Augusto, cuando esto sucedió, era casi un recién nacido y no se enteró de nada, aunque sí recordaba haber conocido a la novia de su difunto tío, que trabajaba en una pastelería, según alcanzaba a recordar.


1 comentario:

  1. Qué triste...
    Todos los recuerdos relacionados con la muerte lo son. Pero algunos, además, son oscuros y extraños...

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