BLOG DE RAFA PARRA SOLER

De vocación, poeta, ensayista y dramaturgo.











sábado, 5 de diciembre de 2009

Huésped de las nieblas

El título de esta entrada hace referencia a la obra de dos autores. Uno de ellos es poeta y el otro, novelista. Me estoy refiriendo, respectivamente, a Gustavo Adolfo Bécquer (de quien he tomado el verso con el que he titulado este texto) y a Miguel de Unamuno, algunas de cuyas obras constituyen mis relecuras de los últimos días. El primer caso trata de las Rimas, en edición de Cátedra a cargo de Rafael Montesinos. Lo primero que quiero señalar es mi decepción ante una edición tan chapucera, especialmente en lo que a los poemas se refiere: multitud de faltas de puntuación o ausencias de la misma (comas sin poner o mal puestas, etc.). En segundo lugar, el prólogo de Rafael Montesinos me resultó aburrido, desordenado, y con demasiadas valoraciones del prologuista, que omite anécdotas que pueden resultar curiosas y muy amenas (hablando de un paseo del poeta con un amigo suyo, refiere lo siguiente: "Un día, al entrar en la calle de la Justa, ven en un balcón a dos muchachas. Sobre este lejano encuentro se ha malgastado mucha tinta y se ha escrito demasiada cursilería. A estas alturas, cualquier libro que aparezca- o se reedite- en ese tono resultaría ridículo." De este modo, el prologuista comenta la anécdota, pero no la desarrolla por no ser de su gusto, con lo cual deja al lector con la mie en los labios. Si no va a revelar el desenlace de ésta, mejor sería no haberla mencionado, cosa, por otra parte, que resultaría imposible debido a que una de las muchachas del balcón acabaría siendo una de las novias que tuvo el poeta sevillano.)

La otra obra de la que quiero hablar es Niebla, una de las novelas más famosas de Miguel de Unamuno. En primer lugar, me alegra decir que me resultó una lectura deliciosa, conmovedora, cómica y trágica al mismo tiempo. Su protagonista, Augusto Pérez, es un adinerado burgués que, desde la condición ociosa propia de su categoría social, se permite reflexionar sobre el amor y la existencia mientras camina por la calle yendo detrás de cualquier persona que le parezca curiosa o llamativa. Una de esas personas resulta ser Eugenia, de la que se enamora. Pero ella ya tiene a alguien en su vida: Mauricio, un individuo gandul que se complace en vivir mantenido por Eugenia. El caso es que, finalmente, Eugenia utiliza a Augusto, haciéndole creer que se casará con él, para fugarse el día de la boda con el otro, el gandul. Augusto toma la decisión de suicidarse, y en este punto empieza lo más interesante de esta historia.

La dimensión metaliteraria surge cuando el protagonista se dirige a Salamanca para comunicar a Unamuno, autor de la ficción que se narra, su decisión suicida. El novelista le dice a Augusto que no puede suicidarse, porque no es real: es un personaje ficticio creado por el escritor Unamuno, quien, ante la rebeldía de su propio personaje, se propone humillarle insistiendo en el carácter ficticio de aquél, lo cual, a través de una interesantísima conversación entre ambos, conduce a este último al extremo de querer matar a su personaje, que es lo que acaba sucediendo.

Me quiero centrar, como consecuencia de lo dicho anteriormente, en el personaje protagonista de la obra: Augusto Pérez es un personaje complejo. Partiendo de un estado de absoluta ingenuidad y candidez, Eugenia le moverá las entrañas y hará que su cuerpo y su alma despierten al amor y a las pasiones, lo cual le hace perder la inocencia y adquirir conciencia de la maldad y la hipocresía del ser humano (especialmente, cuando, sabiéndose manipulado por Eugenia, estalla de indignación: "¡Mira, Eugenia, por Dios, que no juegues así conmigo! La fatalidad eres tú; aquí no hay más fatalidad que tú..."). Burlado, pues, en lo humano por la mujer de la se había enamorado, y en lo existencial por su conversación con Unamuno, su autoestima, tan brusca y repentinamente quebrada, le conduce a la muerte, dictada, no lo olvidemos, por Unamuno, a quien no importa someter a su criatura a todo tipo de torturas emocionales tan sólo para regodearse en su condición de creador absoluto de este universo narrativo.

Es posible que la arrogancia, crueldad y arbitrariedad con que el escritor hace morir a su personaje guarde semejanzas con la idea que el mismo autor tenía de Dios. Quizá, debido al dilema existencial sobre la fe religiosa en general, y cristiana en particular, una cuestion que le preocupó durante toda su vida, quiso escribir Niebla para sentir él mismo las mieles omnipotentes de ese Dios que le torturaba continuamente. Podemos suponer que Augusto Pérez fue concebido precisamente para servir de desahogo ante esa frustración metafísica del escritor.

Muchas son las lecturas posibles de esta obra maestra de la Generación del 98.

1 comentario:

  1. CAS:

    Jolín, me dan ganas de leer Niebla.
    ¿Por qué no te llamaron a ti para hacerle el prólogo?
    Y tus planes respecto a ella -que por supuesto me guardo en secreto- son de lo más interesantes...

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