BLOG DE RAFA PARRA SOLER

De vocación, poeta, ensayista y dramaturgo.











miércoles, 25 de abril de 2012

El desorden cotidiano (15)

A Casandra le encantaban los muñecos de peluche. Tenía una colección enorme que nunca dejaba de crecer, porque Augusto, cada vez que se le presentaba la oportunidad, le regalaba uno nuevo.

Una tarde de finales de abril, estando los dos sentados en el sofá del salón de su casa que daba frente a la ventana de la terraza, contemplando la luz del atardecer, Casandra empezó a contarle a Augusto cómo había conseguido a Fran, uno de sus peluches favoritos, el que tenía la forma de extraterrestre. Era grande, verde y vestía una especie de bata de boxeador negra, con capuchón y todo. Y tenía los típicos ojos negros ovalados en punta hacia abajo, ligeramente desplazados hacia el lado inferior derecho e izquierdo respectivamente cada uno, como los pinta Iker Jiménez en Cuarto Milenio o J.J. Benítez en sus libros sobre ovnis. Casandra, según decía, había adquirido este muñeco en la Feria de Sevilla gracias a la pericia de su padre, quien se había desvivido, en uno de esos típicos arrebatos de orgullo que la familia paterna de Casandra llevaba en los genes, por coseguirle a su hija el peluche deseado. En esta ocasión, para obtener el premio, había que romperles las gafas a unos muñecos que se hallaban colocados a unos tres metros de distancia. El participante contaba, para ello, con una especie de piedras en forma de patatas para arrojárselas al muñeco y tratar de romperle las gafas. Por otra parte, el participante contaba con tres intentos por cada ronda que pagaba, pues tres era el número de piedras que, a modo de munición, el encargado de la caseta entregaba al participante durante cada intento. Después de muchos intentos, Quino, que así se llamaba el padre de Casandra, consiguió romperle los dos cristales a las gafas del muñequito para que su única hija tuviera a su querido peluche marciano, que tan tierna y entrañable compañía le había estado haciendo desde entonces.

Casandra había bautizado a su nueva mascota peluchil con el nombre de Fran porque, a Quino, el aspecto del muñeco le recordaba al de un compañero suyo del trabajo que se llamaba así, y no, precisamente, por la belleza de dicho aspecto. Cuando Casandra le contó este detalle a Augusto, a éste le pareció que haberle puesto ese nombre al peluche por el mencionado motivo era un gesto entre cruel, tierno, divertido y entrañable, pues, en cuanto al compañero de su padre, ya que jamás se enteraría de la anécdota, tampoco se iba a ofender, pues, como dice el refrán, ojos que no ven (en este caso, oídos que no oyen o no escuchan), corazón que no siente.

El primer muñeco de peluche que Augusto le regaló a Casandra fue un precioso osito al que ésta puso, como nombre, Impermeable, porque la noche en que fue adquirido, también durante la celebración de una Feria de Sevilla, la del año 2008 concretamente, terminó lloviendo, y el osito venía envuelto en plástico y metido en una caja. Eso hizo que Impermeable fuera el único que logró librarse de las gotas de lluvia, que empezaron cayendo suave y mansamente, pero que el viento que comenzó a soplar poco después llegó a convertir en un torrencial aguacero que manifestaba un comportamiento tan indómito y salvaje que, de vuelta del recinto ferial, regresando al aparcamiento en el que Víctor, un amigo de Casandra y Augusto que iba con ellos, tenía su coche, hizo que los tres acabaran empapados, y el paraguas de Augusto, hecho trizas. Fue como si las hostilidades meteorológicas de la selva amazónica se hubieran trasladado, repentinamente, a la atmósfera de aquella noche sevillana de primavera.

Impermeable era un osito adorable. Inspiraba la misma ternura que la de un bebé recién nacido. Era chiquitito, sobre todo en comparación con otros peluches de Casandra, como Fran. Medía unos veinte centímetros de longitud y el fabricante o artesano que lo había elaborado le había colocado los bracitos de manera que parecía querer abrazarte, lo cual acentuaba el sentimiento de ternura que Impermeable provocaba tanto en Casandra como en Augusto. Además, la forma de sus ojillos, su gracioso tamaño de pepitas de sandía, su intenso color negro y el modo en que el sensible, delicado y experto artesano los había insertado sobre la superficie peluda de su pequeño rostro de adorable criatura doméstica, inspiraban tan espontánea, humilde, sencilla y sincera simpatía, que a Augusto se le caía la baba contemplándolo. Realmente, Impermeable era una pequeña obra de arte que se hacía querer por cualquiera.

1 comentario:

  1. CAS:

    Lo que no has contado, Augusto, de mis peluchitos es su vena viajera, pues Fran se retiró a la casita de la playa y ahora duerme en mi cama (junto al gigantesco oso Jesusito, quien merece un capítulo aparte) e Impermeable viajó a Florencia (hay fotos de su primer vuelo así como de su primera borrachera a base de Chianti)

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