BLOG DE RAFA PARRA SOLER

De vocación, poeta, ensayista y dramaturgo.











domingo, 24 de febrero de 2013

El desorden cotidiano (39)

Augusto sabía que era un pedante. No solo lo reconocía, sino que, además, le gustaba serlo. Antonio Machado decía que un pedante es un tonto con estudios. Augusto pensaba que tener estudios, poseer conocimientos, lo justifica casi todo en la vida... incluso ser un tonto. Y él no se consideraba tonto, pero sí sabía que ser pedante no es algo bueno, o, al menos, que esté bien visto. Y, sin embargo, él se regodeaba en su pedantería. Le hacía sentir especial, y esto sí que podría llegar a considerarse como una actitud tonta, e incluso rematadamente estúpida.

Sin embargo, y considerando la cuestión desde otro punto de vista, podría considerarse la pedantería de Augusto como una manifestación heroica y audaz de su pasión por el conocimiento. Precisamente, en su proceso de aprendizaje, Augusto era menos pedante cuantos más conocimientos iba adquiriendo, puesto que la pedantería del pedante, y valgan las redundancias, es inversamente proporcional al nivel cultural del sujeto en cuestión. De esta manera, Augusto había empezado queriendo manifestar más conocimientos de los que realmente poseía, y ahí nació su pedantería. Otra forma de manifestarla consistía en hablar sobre asuntos trascendentes en situaciones banales. De hecho, la principal razón de su pedantería radicaba en su lucha contra la banalidad. Trataba de contrarrestarla en todo momento. Augusto consideraba que la banalidad constituía un lastre en su proceso de aprendizaje vital, en general, e intelectual, en particular.

Una de las ocasiones en que su pedantería resultó ser más ridícula y estar más fuera de lugar fue en el entierro de su madre. Estando en el tanatorio, velando el féretro que lucía trágicamente pulcro al otro lado del cristal, Augusto, que acababa de empezar la carrera de Filología Hispánica, se puso a hablar con una tía suya sobre el poema del Cid. La verdad es que aquello había resultado más grotesco que contar un chiste, como se suele decir.

Cuando Augusto empezó a relacionarse con otras personas fuera de su ámbito más íntimo, su pedantería le colocaba en posiciones extremas al no dominar las distintas situaciones en las que se puede encontrar una persona que vive en sociedad. Y esto a partes iguales le hacía sentirse humillado y orgulloso de sí mismo a la vez, aunque casi siempre podía más el primer sentimiento que el segundo, y el pobre, ingenuo y vulnerable Augusto lo acababa pasando bastante mal, porque no sabía desenvolverse al lado de esas personas que, si no eran desconocidas, no estaban acostumbradas a tratar con él, y lo terminaban viendo como a un bicho raro que empleaba unas palabras rarísimas para comunicarse. De este modo, Augusto se sentía muy limitado a la hora de relacionarse con las personas, aunque también se sentía único porque pensaba que era, si no la persona más sabia de su alrededor, sí, al menos, la que mejor se expresaba, la que hacía uso de los resortes del idioma con mayor propiedad y rigor.

Pasado el tiempo, habiendo adquirido más experiencia y más conocimientos del mundo, de los libros, de las relaciones sociales que experimentaba y de cualquier clase de estímulo que su percepción captaba, Augusto acabó dominando mayor número de situaciones sociales, de temas de conversación y de jergas, lo cual le permitió adquirir un mayor y mejor dominio de su pedantería, a la que últimamente ya solo recurría cuando quería expresarse en clave paródica o sarcástica, en una especie de gesto en el que subyacía la intención de ridiculizarse a sí mismo para marcar las distancias en relación con la manera en que él acostumbraba a expresarse habitualmente. Y es que él mismo terminó comprendiendo el hecho de que la banalidad es algo tan necesario en la vida como la trascendencia, porque las personas necesitan desconectar de los asuntos serios y pensar y actuar de manera frívola, precisamente para coger oxígeno durante un rato y después volver a enfrascarse en los asuntos serios hasta llegar a la siguiente ronda de momentos superficiales, para, una vez consumidos estos, vuelta a empezar.

De todos modos, Augusto nunca renegó de su pedantería, entre otras razones, porque creía que ésta formaba parte de su espíritu inquieto, curioso, creativo y devoto de cualquier tipo de erudición, y que el hecho de ser pedante le mantenía siempre alerta en esos términos.

1 comentario:

  1. A veces (muchas veces) me pone de los nervios tu pedantería, especialmente cuando yo sí quiero hablar en serio y esa manera tuya de expresarte hace parecer q no te importe lo q te digo. O cuando los demás estamos hablando de algo y te incorporas tarde a la conversación, y en vez de escuchar para saber de qué hablamos disparas una de tus perlas...

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