BLOG DE RAFA PARRA SOLER

De vocación, poeta, ensayista y dramaturgo.











lunes, 5 de marzo de 2012

Diferencias terminológicas

Un poemario no es lo mismo que un libro de poemas. Ambos acaban siendo libros materialmente hablando. Pero un poemario tiene una estructura coherente y unitaria, mientras que un libro de poemas es una recopilación de versos que pueden tratar de asuntos diferentes, hasta el punto de la posibilidad de que no tengan nada que ver unos con otros.

Establecidas estas precisiones, podríamos preguntarnos qué obras de la historia de la poesía pueden ser consideradas como libros de poemas y cuáles alcanzarían la categoría de poemarios. Por ejemplo: el Cancionero de Petrarca, ¿es un poemario o un libro de poemas? ¿Y los sonetos de Shakespeare? ¿Y el Libro del Buen Amor? Yo creo que este último constituye un venerable ejemplo de libro de poemas, el más extenso y antoguo de la historia del género, me atrevería a añadir. Su autor, Juan Ruiz, que era un hombre muy culto y muy vitalista (como corresponde a un mester de clerecía muy evolucionado, rozando casi la mentalidad renacentista), desembucha todo lo que se le pasa por la cabeza, tanto si le parece gracioso como si le resulta serio, y mezclando asuntos trascendentes con cuestiones banales. De todo esto resulta una cosa tan sólida como incoherente, caótica, que uno no sabe muy bien por dónde cogerla. Los eruditos del tema la han denominado "ambigüedad", especialmente cuando trata el amor, porque es verdad que el autor de esta obra nos da una de cal y otra de arena. El amor espiritual es virtud y el carnal es pecado, pero yo los conozco a los dos, y, si el lector quiere que yo le instruya sobre carnalidades, lo haré con sumo gusto, que para eso soy tan sabio, que conozco a Aristóteles como si fuera un primo mío, diría el arcipreste.

¿Y Azul, de Rubén Darío? ¿Es un poemario o un libro de poemas? Yo creo que es un ejercicio de estilo, una forma de decir yo he leído a los simbolistas franceses y aquí os los traigo a mi manera. La culpa fue de Campoamor y de Núñez de Arce, y de Gabriel y Galán, y de Chamizo, y de todos esos regionalistas que siguieron el provincianismo de Pereda. Pero tampoco es cuestión de criticar. Que cada cual escriba sobre lo que quiera. Faltaría más.

En realidad, la terminología es lo de menos, aunque a los críticos, historiadores y filólogos profesionales les produzca quebraderos de cabeza. También reconozco que estas palabras mías son el más puro fruto de la envidia, pues me encantaría pertenecer al gremio y trabajar de eso, que es lo que estudié.

Al margen de estas consideraciones, lo importante es que guste lo que se lee. Y la poesía, por encima de todo, ha de gustar, aunque a veces los eruditos impidan, queriendo o sin querer, esa sencilla labor.

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