BLOG DE RAFA PARRA SOLER

De vocación, poeta, ensayista y dramaturgo.











jueves, 29 de marzo de 2012

El desorden cotidiano (10)

Cuando uno es pequeño y los adultos le preguntan qué quiere ser de mayor, suele responder con la previsible lista de profesiones más o menos emocionantes que el niño tiene como referencia de todo lo que ha visto en películas y series de televisión: bombero, policía, astronauta... incluso, fuera del terreno de los espacios de la ficción, y en consonancia con las aficiones de cada cual, también cabe la posibilidad de que la respuesta sea una lista de profesiones deportivas, como futbolista, boxeador, jugador de baloncesto, tenista, etc.

El caso de Augusto se apartaba del tópico infantil relacionado con tales inicios vocacionales de profesiones tan heterodoxas desde el punto de vista burgués o de la clase media. De hecho, en cuanto a esto último, el caso de Augusto se alejaba de manera total y absoluta, porque, ciertamente, lo primero que quiso nuestro entrañable personaje fue ser mendigo, vagabundo, pedigüeño, desheredado, paria, pobre... Y el mismo Augusto no recordaba exactamente por qué: si por motivos psicológicos de una precoz falta de autoestima, la cual le conduciría a un complejo de inferioridad con la consiguiente formación de una infundada autoconciencia de supuestas incapacidades para creer que de mayor podría aspirar a ser algo más que un pobre desgraciado sin hogar... Claro que también cabía la posibilidad, sencillamente, por motivos más lógicos que tuvieran lugar a tan tierna edad, de que el pequeño Augusto, dentro de su fantasiosa imaginación, concibiera la figura del vagabundo como un tipo aventurero y romántico que se enorgullecía de su valentía al haberse lanzado al incierto vacío de una precaria existencia llena de sorpresas diarias que le depararían inolvidables experiencias con todo tipo de personas y en toda clase de lugares. Si lo pensamos detenidamente, en realidad, el entonces pequeño Augusto había sido muy coherente con su imaginación genuinamente infantil al crearse, en su cándida mente, esa imagen del vagabundo aventurero, que era muy parecida a la del pirata de Espronceda, lo cual cuadra mucho más con una mentalidad infantil como la de Augusto cuando tenía cuatro o cinco años, como la de cualquier otro niño de edad semejante.

El caso es que la imagen del vagabundo fue la primera que pasó por su cabeza como posible futuro profesional, lo cual no deja de resultar sumamente tierno, entrañable y divertido, como muestra de la peculiar personalidad que ya por entonces Augusto empezaba a manifestar como muestra de su incipiente carácter bohemio, caótico y disperso, si bien todos estos rasgos, que podrían considerarse defectuosos a simple vista fueron canalizándose, posteriormente, de manera creativa. Y es que, de la vocación de la mendicidad, Augusto dio el salto directamente hacia su definitiva vocación artística, si bien ésta tardaría todavía muchos años en perfilarse y encarrilarse en forma de las destrezas y habilidades literarias que, finalmente, terminaron configurando sus gustos, sus necesidades expresivas y su personalidad ya madura de hombre adulto. Porque antes de que la literatura se afianzase en sus horizontes profesionales, hicieron lo propio, primero, el cine y, después, la música. Par ser más concretos, Augusto quiso ser Steven Spielberg y Jean Michel Jarre antes que Rafael Alberti, por poner un ejemplo.

Al final, la admiración hacia el poeta gaditano fue la que más peso tuvo en Augusto como espejo en el que mirarse. Y no era casual el ejemplo escogido, puesto que, para Augusto, Alberti reunía, en su figura biográfica, literaria e intelectual, todo aquello que él anhelaba alcanzar algún día: el gaditano había sido un hombre atractivo, mujeriego, gran poeta y artista polifacético (también había sido dramaturgo y dibujante, entre otras cosas), militante comunista y, para colmo, había disfrutado de una larga vida que le había llevado a ser el último superviviente de la Generación del 27. Y no solo eso. También había vivido la Segunda República, el franquismo y la Transición, llegando a tomar asiento en el Congreso de los Diputados con Santiago Carrillo y La Pasionaria. Por todas estas razones, Augusto admiraba mucho a Rafael Alberti y, por qué no iba a admitirlo: quería ser como él. O, al menos, parecérsele un poquito.

1 comentario:

  1. CAS:

    ¿Augusto quiso ser vagabundo?
    ¿Augusto quiso ser Alberti?

    Augusto estaba un poquito chapita, como dicen en Sudamérica (loquito perdío).

    ¿Y por qué no Spilberg? Ahora Augusto sería rico y podría presumir de haber devuelto al mundo los dinosaurios o de haber sacado al flote el Titanic para volver a hundirlo ;)

    Lo de vagabundo no es adorable, es preocupante...¿los padres de Augusto sabían que su niño aspiraba a ser pobre? ¿así veía el pequeño Augusto el futuro? ¡Augusto era vidente! ¡Vio venir la crisis! Augusto sabía que todos seríamos vagabundos de mayor...

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