BLOG DE RAFA PARRA SOLER

De vocación, poeta, ensayista y dramaturgo.











domingo, 4 de marzo de 2012

El desorden cotidiano

Aquel niño fue concebido como resultado del amor y de la fidelidad. Nació y creció entre todas las comodidades materiales exigibles y necesarias. Sin embargo, la incertidumbre y la indefinición fueron sus señas de identidad durante mucho tiempo. Tuvo que morir su madre para que, por fin, la vida le mostrara el espejo en el que reflejarse sólida, nítida y definitivamente. Y esto hizo que aquel niño llegara con retraso a muchas experiencias de la vida, experiencias que vivió empezando la edad adulta, cuando tendría que haberlas vivido siendo un adolescente. En algunos casos, los retrasos se convirtieron en traumas, en choques frontales con una realidad para la cual el niño, el adolescente, incluso el hombre adulto, aunque solo fuese por la edad que ya tenía, aún no estaba preparado, y los cuales le depararon numerosas humillaciones y complejos de inferioridad. En otros casos, como en el amor, simplemente ocurrió lo que tenía que ocurrir, para felicidad y satisfacción suya, lo cual le ayudó mucho, si no a superar sus traumas, si, al menos, a reconciliarse con ellos y a comenzar una nueva etapa junto a la que él creía y cree que es la mujer de su vida: la única a la que ama y la única a la que quiere seguir amando para siempre.

El otro gran amor de su vida son los libros. Y es curioso, porque decidió que quería ser escritor antes de convertirse en el gran lector que es o que lleva intentando ser desde sus dos últimos años universitarios, cuando cursaba la carrera de letras, en la que había ingresado con el único objetivo de obligarse a sí mismo a leer a los clásicos de la literatura española. Y es que él mismo alguna vez se ha preguntado si habría leído La Regenta o El Quijote si no hubiera estudiado Filología Hispánica, porque, por entonces, como ya he comentado, él no era un lector digno de tal denominación. Lo único que leía en aquella época era poesía, que era el género que, por su forma de ser, le había enganchado desde el principio, sobre todo una vez acabado el bachillerato, cuando ya no tenía que preocuparse por analizar el tema, la estructura y los recursos literarios de los poemas, una metodología con la cual, si lo que se pretende es inculcar el placer por la lectura, lo que se consigue es justamente el efecto contrario, es decir: odiarla profundamente. Lo que a Augusto, que es como se llama nuestro protagonista, le salvó de la mediocridad en que suele derivar el sentimiento de repugnancia por los libros y la lectura, fue, posiblemente, esa especial sensibilidad que se fue curtiendo en unas circunstancias provocadas por una personalidad extremadamente tímida y, por tanto, propensa más a la contemplación y a la reflexión que a la acción y a las vivencias más propias de una infancia y una adolescencia normales en términos de relaciones sociales ricas, frecuentes y duraderas, y, especialmente, y a partir de cierta edad, en lo que al sexo opuesto se refiere.

En la poesía empezó encontrando Augusto ese refugio que necesitaba para defenderse de toda clase de contingencia ajena o externa, que casi siempre consideraba hostil, peligrosa o dañina, y esto se debe al miedo que le causaba el tener que enfrentarse a cualquier aspecto de la realidad, por insignificante que fuera o que pudiera parecer. Todo lo que fuera relacionarse con el exterior, Augusto lo concebía como un enfrentamiento, lo cual le conducía a adoptar una actitud defensiva, cuando no directamente cobarde y huidiza, como reflejo de su carácter inmaduro, cándido, pueril y, sobre todo, extremadamente inseguro y acomplejado.

Puede sonar muy manido el tópico del poeta o el artista que se forjó como tal debido a su carácter tímido o introvertido. Ya sabemos que esto no tiene por qué ser así siempre. De hecho, hay muchos casos que constituyen el ejemplo contrario. El de Augusto sí que constituía uno de esos ejemplos de recurrencia al arte en general, y a la literatura en particular, como refugio. Con el paso del tiempo, y a medida que iba profundizando y diversificándose en sus lecturas y en su trato con los libros, el ámbito de lo que él consideraba su refugio y su esfera de evasión se extendería al terreno del conocimiento en toda su extensión y manifestaciones, incluidas, por supuesto, las de índole estética, que, a su vez, le servían de inspiración y vía de expresión literaria. De esta manera, Augusto se esforzaba, a cada momento, por formarse sus propias opiniones sobre los más diversos temas a base de un afán constante de aprendizaje lo más abarcador posible. Se consideraba, ante todo, un lector empedernido. Su vocación literaria era consecuencia de su desmesurada pasión por la lectura.

Curiosamente, durante el proceso de la configuración de sus preferencias como lector, acabaron siendo objeto de su especial devoción los libros de política y de Historia. Y, por supuesto, también los de poesía. La ficción era no solo menos frecuentada, sino casi despreciada por él, a no ser que la obra en cuestión tuviera algún trasfondo histórico, filosófico o político, o lo que es lo mismo: algún elemento que fuera intelectualmente extrapolable a otras esferas de trascendental reflexión en aras de su crecimiento y elevación espiritual y personal.

Augusto quería saber de todo y saberlo todo para poder opinar y escribir con fundamento. A lo largo de los últimos años se había ido formando unas opiniones políticas muy concretas que trataba de fundamentar científicamente leyendo todo cuanto hallaba a su alcance sobre el tema en cuestión. Cuanto más indagaba, más se sentía envuelto en datos y aspectos en los que profundizar para seguir fundamentando sus posturas ideológicas, lo cual, por un lado, le resultaba fascinante, pero, por otro, le causaba una gran frustración, porque sentía que la verdad definitiva, global y absoluta no existía, o que se hallaba tan dispersa y fragmentada, que sería imposible llegar a reunir todos los fragmentos que conformaban la totalidad del meollo al que le conducían sus incesantes búsquedas y reflexiones.

1 comentario:

  1. Que grande Rafa, preciosa y motivadora historia que voy a seguir gustosamente.
    Dice Lao-Tsé que el que conoce a los demás es poderoso, pero el que se conoce a sí mismo es un iluminado. Tu te conoces mejor que la mayoría y además, me impresiona como eres capaz de hablar de tí mismo de forma tan clara y directa. ¡La mayoría de los seres nos autoengañamos y defendemos de una forma tan cínica e ineficiente para el propio ser! Sigue así. Para mí eres un ejemplo y una gran ayuda ya que me identifico con cosas que tu ya has vivido y superado. 1 abrazo, Gon.

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