BLOG DE RAFA PARRA SOLER

De vocación, poeta, ensayista y dramaturgo.











domingo, 25 de marzo de 2012

El desorden cotidiano (8)

Antes de morir, la madre de Augusto le pidió perdón a su hijo. Sus palabras exactas fueron las siguientes: "Augustito, perdóname tú a mí". Las emitió con una voz débil y gangosa, propia del estado de deterioro físico en el que a esas alturas ya se hallaba. Había hecho el enorme esfuerzo de reunir las pocas fuerzas y la lucidez que le quedaban para articular esas últimas palabras dirigidas al segundo de sus cuatro hijos (Augusto no recordaba si esas habían sido las últimas de su madre, aunque le parecía que no, o eso quería creer, pues, en lo que a la muerte de su madre se refería, él no quería darse protagonismo, ya que, al menos para él, la figura y el recuerdo de su madre estaban muy por encima de cualquier otra cuestión- era lo menos que ella se merecía de manera póstuma-).

El sentido de ese último mensaje de su madre seguía siendo un enigma para Augusto, cuando habían pasado más de diez años desde entonces. De hecho, éste le había escrito un poema en el que le reprochaba a su madre, con mucho cariño, eso sí, el que le hubiera pedido perdón. Perdón, ¿por qué? Si alguien tuviera que pedir perdón, en todo caso, era Augusto, por los posibles disgustos que, a lo largo de la vida de su madre, él le hubiera podido ocasionar, a ella, como hijo. Porque ella lo había dado todo por él. Por él, y por sus tres hermanos, y por su padre.

Por todo ello, las últimas palabras que su madre le había dirigido, en ese último esfuerzo supremo de lucidez mental y verbal, eran un misterio. Su sentido lo era. Al menos, eso es lo que Augusto pensaba. Porque no conocía el motivo de aquel último gesto de su madre, o, si lo conocía, no lo recordaba. Mamá, ¿por qué me pediste perdón? ¿Qué me hiciste tú a mí que no fuera dar siempre lo mejor de ti misma por mi bien, para hacerme feliz, para protegerme, para enseñarme a ser valiente y para convertirme en un hombre de provecho? ¿En qué momento dejaste de ser un ejemplo para todos nosotros, para tu familia, para tus amigos, para tus compañeros de trabajo y para todo aquel que se hubiera cruzado alguna vez en tu camino?

De vez en cuando, Augusto se hacía a sí mismo este tipo de preguntas a modo de homenaje en recuerdo de su madre, de su bondad, de su entrega y de su generosidad. No obstante, había algo que consolaba a Augusto, y era la paz interior, el estado espiritual de suprema tranquilidad y limpieza de conciencia en que su madre había abandonado el mundo de los vivos. Y esto se debió a la imperiosa fuerza de su fe cristiana, porque la madre de Augusto había sido, durante toda su vida, una persona profundamente devota de la Iglesia Católica. Y fue esa inquebrantable fe en Dios la que le permitió encarar con admirable serenidad tanto su enfermedad, durante cinco duros años, como su fatal desenlace. Durante la vida de su madre, Augusto había compartido esa misma fe y la había vivido con igual intensidad, pero, al poco de morir ella, las cosas cambiaron y Augusto, que no se caracterizaba por su moderación, decidió dar un giro radical a su visión de la vida para abandonar su devoción religiosa y, tiempo después, renegar de ella. Y es que la muerte de su madre le había abierto los ojos a la vida del común de los mortales, con todas sus miserias y grandezas, y con todos sus placeres y sufrimientos, todo ello dispersado dentro de ese peligroso laberinto de las relaciones humanas, que podían conducirle a uno a la cumbre de la felicidad o a los pozos de la amargura.

De todas maneras, Augusto, desde la nueva perspectiva que había adoptado, pensaba que tener fe no era tan malo después de todo, aunque más allá de la muerte no hubiera nada, si esa fe en Dios y en la Iglesia, o en cualquier tipo de providencia, fuera la que fuese, podía ayudar a una persona moribunda a afrontar ese trance tan amargo con la serenidad, la madurez y la valentía con que lo había hecho su madre.

2 comentarios:

  1. CAS:

    Me da envidia la gente con fe, ojalá yo la tuviese. La temo. La muerte. Miedo. La mía o la de cualquiera de vosotros. Las que han venido, las que están por venir, la mía.
    Si la madre de Augusto se despidió de una vida confiando en encontrar otra, afortunada ella. Yo abandonaré este mundo llena de miedo y duda, como si fuese la última cosa que hacer en la vida, pues lo es.

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  2. Da Vinci dijo "Así como una jornada bien empleada produce un dulce sueño, así una vida bien usada causa una dulce muerte"
    No es solo la fe la que te permite abandonar este mundo con esa paz. La muerte es la mayor de las pruebas, la última y más feroz batalla a la que un hombre se enfrenta. Una gran oportunidad al fin y al cabo. Solo unos pocos elegidos, los seres más elevados, son capaces de vencer. Como tu queridísima madre, un ejemplo de pureza y devoción. Cuando uno da y da al universo (o a dios como otros lo llaman), este te devuelve todo lo que le das y multiplicado, pero no necesariamente en el mundo de la forma, de la materia, algo relativamente banal, transitorio e inestable, sino en el mundo de la "esencia", del "espíritu", lo "REAL" y perdurable.
    Tu madre no hizo más que aportar al bien universal, y de hecho, lo sigue haciendo.
    Infinitas gracias amada tía Ores, de mi parte y toda la existencia, por todo lo que has dado, por ser un ejemplo para mí, y por proteger mi camino. Siempre estarás en mi corazón. No sé si soy digno de tan grande bendición. No entiendo porque semejante tesoro ha recaído sobre mí. Te doy las gracias por ello y espero enorgullecerte y ser digno de tus bendiciones, devolviéndole a la vida aunque sea parte de lo que tú me has dado y sigues dando. ¡Te quiero y siempre te querré! Tú ahijado, Gonzalo.
    (Me ha salido escribir aquí esta dedicatoria por lo tanto así lo he hecho)
    ¡1 abrazo maestro!

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