BLOG DE RAFA PARRA SOLER

De vocación, poeta, ensayista y dramaturgo.











miércoles, 21 de marzo de 2012

El desorden cotidiano (6)

Augusto era, de natural, optimista, mientras que Casandra, su novia, se caracterizaba por un carácter, en ese sentido, totalmente contrario. Ella era pesimista, desconfiada, negativa... Se la podría considerar como uno de los más devotos seguidores de la ley de Murphy: si algo podía salir mal, por pocas posibilidades que hubiera de que así fuese, ella pensaba que ocurriría de esa forma. Este modo de ver las cosas y la realidad se revestía de dos aspectos que justificaban dicha conducta: en primer lugar, como mecanismo de defensa ante la adversidad, Casandra siempre esperaba lo peor para cubrirse las espaldas. De esta forma, si lo que venía era bueno, la satisfacción y la alegría eran experimentadas por partida doble. En segundo lugar, también su propia experiencia de la vida le había enseñado a desconfiar hasta de su sombra: no se fiaba de nadie o, mejor dicho, de todas las personas a las que conocía podía esperar lo peor. Y, teniendo en cuenta las prevenciones que tomaba respecto a la gente conocida, es de imaginar lo que podría llegar a pensar de cualquier individuo desconocido.

Y lo curioso es que esta forma de ver la vida le acarreaba más aciertos que equivocaciones, lo cual no constituia ningún obstáculo para que Augusto siguiera manteniendo esa perspectiva suya basada en el optimismo y la confianza. Para él, todo el mundo era inocente hasta que se demostrara lo contrario. Ella pensaba al revés. La gente con la que trataba tenía que demostrarle que iba de buena fe por el mundo para que ella diera el visto bueno y eliminara a esas personas de su lista negra. Y, aun así, nunca se relajaba del todo: nunca bajaba la guardia. Siempre se mantenía alerta. De hecho, se burlaba cariñosamente de Augusto diciéndole que él vivía en el mundo de las gominolas, porque, para él, según ella, "todo el mundo es bueno y todo el mundo es guapo". "A mucha honra", le respondía Augusto, con unos aires de orgullo y dignidad envueltos en un tono de cariñosa socarronería en respuesta a las afectuosas provocaciones de su novia.

Éste es uno de los aspectos de la existencia en el que más se diferenciaban las personalidades de ambos: el optimismo de él frente al pesimismo de ella. Y, en el fondo, era bueno que así fuese, porque esto les llevaba a aprender el uno de la otra y viceversa. Ella enriquecía, o atenuaba, su carácter pesimista con la visión que él le proporcionaba sobre el asunto en cuestión, y así su perspectiva se ampliaba, y, de esta forma, contribuía a que Casandra pudiera ver las cosas con más claridad y amplitud. Y lo mismo le sucedía a Augusto cuando compartía este tipo de opiniones con ella: su punto de vista inicial experimentaba un proceso de matizaciones que le llevaban al término medio, o al menos le ayudaban a acercarse a aquél.

Augusto y Casandra eran una pareja cuyas diferencias enriquecían todo aquello que tenían en común. Y no solo enriquecían sus vínculos de unión, sino que, además, los fortalecían. Es más: cuanto mayores eran sus diferencias, también eran mayores la riqueza y la fortaleza de su relación,lo cual explica que la convivencia diaria, al menos en su caso, no solo no debilitara la llama del amor, sino que, muy al contrario, y afortunadamente, le diera más fuerza a cada día, a cada hora, a cada minuto y a cada segundo que pasaban juntos.

1 comentario:

  1. CAS:

    Todo negro...(yo)
    todo blanco...(tú)
    Y un solo gris: nosotros.

    Te quiero.

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