BLOG DE RAFA PARRA SOLER

De vocación, poeta, ensayista y dramaturgo.











martes, 2 de julio de 2013

El desorden cotidiano (49)

Con el transcurso de los años, había, al menos, un aspecto en el que Augusto se había malogrado: la cuestión del orden y la limpieza. Había pasado de ser un chico limpio y ordenado que no podía irse a la cama si los cacharros de la cena se habían quedado apilados en la cocina sin fregar, a convertirse en un individuo bastante dejado, que, como tal, lo "dejaba" todo para el último momento. Augusto reconocía este defecto, no sin cierta vergüenza, pues el orden y la limpieza son nociones básicas de convivencia social e individual, y el hecho de ser desordenado había perjudicado a Augusto en bastantes ocasiones.

Sin embargo, Augusto compensaba su desorden con una memoria bastante buena, que le permitía recordar dónde había dejado las cosas que necesitaba en cada momento. A veces, este mecanismo le fallaba, pero, por norma general, siempre acababa encontrando lo que buscaba. Y esto, a Casandra le sacaba de quicio, porque ella sí que era muy limpia y ordenada, y, cuando se fueron a vivir juntos por primera vez, se produjeron bastantes choques de este orden en la convivencia diaria.

Lo que más traía a Casandra por la calle de la amargura con el desorden de Augusto eran los papeles, o sea, la documentación de toda clase que se iba acumulando y que Casandra se encargaba de ordenar en carpetas: rectas, partes médicos, extractos bancarios, facturas, y, por supuesto, los dichosos códigos para elegir los destinos de los funcionarios docentes. Augusto odiaba tener que guardar toda esa hojarasca burocrática, pues, pensaba él, bastante es el papeleo con el que nos hacen bregar en el instituto como para, encima, tener que seguir bregando con papeleo en casa. Era como traerse el trabajo al hogar, algo a lo que Augusto se negaba.

Hay una anécdota muy entrañable que demuestra que, realmente, Augusto tenía una memoria que le permitía poder tomarse la libertad de ser desordenado: resulta que una tarde, teniendo cita con el médico, antes de irse, Casandra le preguntó a Augusto que dónde tenía el talonario de recetas. Estaba ella segura de que Augusto no sabría responderle, debido a que, por lo desordenado que era, habría dejado el talonario en cualquier parte y ahora no sabría dónde estaba. Pero Augusto sí que lo sabía: lo tenía metido en el bolsillo interior de su abrigo. Así se lo dijo a ella y, efectivamente, fue a descolgar de la percha el abrigo, metió la mano en el bolsillo y, efectivamente, ahí estaba el objeto de la búsqueda, que Augusto mostró a Casandra con una mirada triunfal. "Has tenido suerte", gruñó Casandra, a quien le daba mucha rabia esa falta de preocupación por el orden que mostraba Augusto, por mucho que supiera dónde tenía las cosas. Aunque lo cierto es que también le daba rabia que Augusto hubiera acertado, ya que, en su opinión, no se lo merecía. Y es verdad que no es normal guardar un talonario de recetas dentro del bolsillo de un abrigo. Las cosas, como son.

Además, Casandra era de esas personas que piensan que cada cosa tiene un sitio y que hay un sitio para cada cosa. Augusto, por el cotrario, siempre le decía a Casandra que no tenía que dar a las cosas más importancia de la que tenían, y que el hecho de que él fuera "un poco" desordenado no era más que un pequeño defecto de su personalidad, igual que ella tenía también sus defectos y no pasaba absolutamente nada, porque ambos se querían y se habían aceptado tal cual eran.

Definitivamente, esta despreocupación de Augusto por las cuestiones prácticas de la vida era algo que Casandra aceptaba con resignación cristiana... Bueno, mejor dicho, con resignación atea, porque Casandra no era creyente. Augusto, por su parte, se jactaba de esa despreocupación, ya que, para él, todo lo que no fueran los libros, la poesía y las grandes cuestiones de la existencia, estaba de más en la escala de sus prioridades, por no ser, para él, más que "banalidades pequeñoburguesas". Pero esta forma de pensar tampoco era buena ni sana, ni normal. De hecho, podría considerarse un síntoma de inmadurez por parte de Augusto, cuya mentalidad, en este sentido, adolecía, en cierta medida, del síndrome de Peter Pan. Sin embargo, con el tiempo Augusto logró corregirse un poco y darse cuenta de que, si para Casandra era importante ser una persona ordenada, él debía hacer el esfuerzo de intentar ser ordenado.

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