A estas alturas de la vida, de la Historia y del desarrollo de los fenómenos que afectan a la economía y a la sociedad, Augusto comprobaba, con creciente indignación, cómo la derecha sigue siendo liberal en economía e intervencionista en
cuestiones morales, frente a la la izquierda, que representa la escala de valores opuesta:
intervencionista en economía y liberal en el ámbito de las conciencias
individuales.
Augusto creía que la verdadera libertad, la que realmente
dignifica a la persona, emana del liberalismo moral, y no del
liberalismo económico. El liberalismo económico degrada al individuo, lo
esclaviza, cosifica y mercantiliza, mientras que el liberalismo moral
lo enriquece y le permite ensanchar sus horizontes vitales, humanos e
intelectuales.
Augusto pensaba que la gran hipocresía de la derecha sigue siendo la
misma. Sólo son liberales para lo que les conviene, que es mantener sus
privilegios económicos, empresariales, financieros y mercantiles. Cuando
se trata de juzgar comportamientos, gustos y actitudes ajenas, ahí está
la derecha, esos mismos liberales, para imponer su criterio sin dar lugar a alternativas. Y,
entonces, el aborto se convierte en un asesinato, en lugar de ser visto
como lo que realmente es: la consecuencia del libre ejercicio de la
mujer a decidir sobre su propio cuerpo; y la eutanasia se convierte en
un asesinato, en lugar de ser vista como lo que realmente es: el derecho
de las personas a elegir cómo, cuándo y dónde quieren morir; y el
matrimonio homosexual se convierte en el cáncer del modelo tradicional
de la familia por no querer reconocer lo que realmente es: el
reconocimiento de la verdadera igualdad social y e individual en todos
sus niveles de manifestación.
Cuando la derecha sea tan permisiva
y estimulante con el mercado como con el derecho de la mujer a decidir
libremente sobre su cuerpo, entonces, y solo entonces, será cuando Augusto empiece a tomársela en serio.
lunes, 22 de julio de 2013
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