BLOG DE RAFA PARRA SOLER

De vocación, poeta, ensayista y dramaturgo.











miércoles, 24 de julio de 2013

El desorden cotidiano (84)

Para Augusto, había algo tan importante, al menos, como la lectura: la relectura, y eso mismo es lo que le llevaba a reflexionar sobre la importancia y el poder de las relecturas. Si leer es algo hermoso y trascendente, el acto de releer, es decir, de volver a leer lo mismo otra vez (no importa el tiempo que pase entre una primera lectura y las relecturas sucesivas), eleva esa trascendencia y hermosura a unos niveles de enriquecimiento tan elevados, que convierten a la literatura en un universo infinito de belleza, conocimiento y emociones. Eso es lo que hace que las grandes obras nunca agoten sus significados, porque cada lector es distinto, tiene una personalidad distinta y una forma de vida distinta.

Esta cuestión ya fue planteada durante los años 70 del siglo pasado por los estetas de la recepción, aquellos que valoraban la literatura en virtud de los lectores, o sea, desde el punto de vista de la recepción. Y Augusto creía que no iban muy desencaminados al adoptar esta postura, aunque no, desde luego, hasta el punto de algunos exagerados que llegaron a afirmar que la obra literaria no existe mientras que no haya una persona que la esté leyendo.

Lo que está claro es que la riqueza de la literatura la generan los lectores en su mente y en su espíritu, en su manera de ver la vida y de asimilar las experiencias a través de las cuales aquella se manifiesta. Todos estos elementos se articulan como una plataforma de conexiones con la obra literaria en la mente del lector, y estas conexiones son las llaves que abren las puertas de todas las dimensiones interpretativas posibles que hacen que una novela, un poema o una obra de teatro puedan ser leídas desde todas las perspectivas que dichas conexiones han sido capaces de generar en el espíritu de los lectores, o en el de cada lector en particular.

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