En la carretera, de Jack Kerouac, constituye una plasmación de la versión
posmoderna del sueño americano. Frente a un paradigma burgués en estado
de franca decadencia, con una guerra fría y un mayo del 68 a la vuelta
de la esquina socavando sus cimientos, se alza el nuevo paradigma de la
contracultura, y que consiste en practicar la precariedad vital en forma
de epifanía diaria. Ya no se trata de encontrar un trabajo estable para
ir ascendiendo puestos dentro de la empresa con el objetivo de alcanzar
la cumbre del éxito financiero que haga posible adquirir el máxino
número de propiedades posibles (una casa con piscina, un coche, etc.) y
criar y mantener a una familia numerosa.
Donde unos ven triunfo, otros
ven mediocridad, conformismo social, materialismo puro y duro. Estos
últimos tipos, como Kerouac, pretenden practicar una ascética, una
cruzada anticapitalista con la que quieren demostrar que el dinero no es
lo más importante en esta vida, y que lo más valioso reside en los
detalles aparentemente más insignificantes, como quedarse uno dormido en
cualquier playa contemplando el atardecer o viajar haciendo autoestop
de la costa del Atlántico a las riveras del Pacífico y experimentar lo
asombroso de la condición humana de cada una de las personas con las que
te encuentras a lo largo de tu espontánea travesía.
La actitud más rebelde, más audaz y más contestataria consiste en ese rechazo hacia la estabilidad económica y laboral al aceptar cualquier tipo de empleo, a cual más precario o extravagante, con el que lo único que pretendes es hacer acopio de la cantidad de dinero suficiente que te permita embarcarte en otro viaje de punta a punta del país para seguir conociendo toda la geografía humana, social, sentimental, trágica y lúdica, esa suerte de geografía convulsa y entusiasta, humilde y canalla que conforman las experiencias de todo el movimiento beat, ese magnífico grito de protesta ante el hartazgo del materialismo burgués tan característico de la sociedad norteamericana de mediados del siglo XX.
A partir de Kerouac y la generación beat, el modelo de individuo emprendedor ya no se basa en el self- made- man de los Padres Fundadores, de Rockefeller, de Henry Ford y compañía, sino en el factotum de Bukowsky, esa clase de persona que no quiere comprometerse con nada porque quiere experimentarlo todo, y, por tanto, no quiere que le obliguen a elegir, a tomar decisiones irreovocables sobre cada cuestión que le concierna, porque cada una de esas decisiones que se vea obligado a tomar le llevarán a lo que no está dispuesto a consentir de ningún modo: renunciar a algo, ver reducido el abanico de posibilidades que le ofrece la vida en todos los aspectos. Prefiere ser pobre y vivir intensamente antes de convertirse en un miembro de clase media atrapado en la rutina y en la mediocridad.
Kerouac y sus compañeros son los nuevos Padres Fundadores, y el modelo de libertad que pregonan es superior, ya que surge libre de todas las lacras sociales originarias, como la esclavitud, el racismo y la mentalidad religiosa de carácter puritano. Si la Constitución Norteamericana se hubiera hecho eco de esta renovación, hoy los Estados Unidos serían una nación menos ambiciosa, menos cínica y más humilde y solidaria. Eso pensaba Augusto leyendo a Kerouac.
La actitud más rebelde, más audaz y más contestataria consiste en ese rechazo hacia la estabilidad económica y laboral al aceptar cualquier tipo de empleo, a cual más precario o extravagante, con el que lo único que pretendes es hacer acopio de la cantidad de dinero suficiente que te permita embarcarte en otro viaje de punta a punta del país para seguir conociendo toda la geografía humana, social, sentimental, trágica y lúdica, esa suerte de geografía convulsa y entusiasta, humilde y canalla que conforman las experiencias de todo el movimiento beat, ese magnífico grito de protesta ante el hartazgo del materialismo burgués tan característico de la sociedad norteamericana de mediados del siglo XX.
A partir de Kerouac y la generación beat, el modelo de individuo emprendedor ya no se basa en el self- made- man de los Padres Fundadores, de Rockefeller, de Henry Ford y compañía, sino en el factotum de Bukowsky, esa clase de persona que no quiere comprometerse con nada porque quiere experimentarlo todo, y, por tanto, no quiere que le obliguen a elegir, a tomar decisiones irreovocables sobre cada cuestión que le concierna, porque cada una de esas decisiones que se vea obligado a tomar le llevarán a lo que no está dispuesto a consentir de ningún modo: renunciar a algo, ver reducido el abanico de posibilidades que le ofrece la vida en todos los aspectos. Prefiere ser pobre y vivir intensamente antes de convertirse en un miembro de clase media atrapado en la rutina y en la mediocridad.
Kerouac y sus compañeros son los nuevos Padres Fundadores, y el modelo de libertad que pregonan es superior, ya que surge libre de todas las lacras sociales originarias, como la esclavitud, el racismo y la mentalidad religiosa de carácter puritano. Si la Constitución Norteamericana se hubiera hecho eco de esta renovación, hoy los Estados Unidos serían una nación menos ambiciosa, menos cínica y más humilde y solidaria. Eso pensaba Augusto leyendo a Kerouac.
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