BLOG DE RAFA PARRA SOLER

De vocación, poeta, ensayista y dramaturgo.











miércoles, 17 de julio de 2013

El desorden cotidiano (62)

Augusto odiaba a los aristócratas. Pensaba que la aristocracia es una institución social totalmente obsoleta que, tras tantos siglos de Historia, lo único que hace es seguir en pie, y en actitud provocadora, como símbolo de las desigualdades sociales.

Por esta razón, cuando Augusto leyó en el periódico que un aristócrata opinaba sobre cuánto gana o debería ganar un jornalero, sobre el PER y sobre si en Andalucía se trabaja más o menos, pues se sintió indognado, igual que cuando sale Rouco Varela a la palestra sentando cátedra sobre asuntos morales. Que un señor que vive de las rentas se ponga a cuestionar la profesionalidad de los trabajadores del campo, que son los que sufren las condiciones más adversas, los que más se esfuerzan, porque trabajan directamente con las manos, pues indigna bastante, aunque todo el mundo tenga, como tiene, derecho a opinar, incluso un tío que vive del cuento.

Las subvenciones procedentes de la Política de Empleo Rural de la Junta de Andalucía constituyen una partida de ayudas públicas absolutamente necesarias para unos trabajadores cuyo sustento depende de las condiciones meteorológicas. Si hay sequía y el campo no rinde, estos señores se quedan sin nada. Si se produce un temporal y se pierden las cosechas, estos señores se quedan sin nada. Y, en estos casos, ahí está el Estado, como debe ser, para compensar estas pérdidas o carencias a un gremio que no se merece el desprecio de quienes, si tienen que agacharse, no es para hacer surcos en el campo, sino para recoger la bola del hoyo del green para continuar con su partidita de golf.

Sí pensaba Augusto, como mucha gente, que son criticables los casos de fraude, que los hay, los ha habido y los habrá. Pero lo que hay que hacer con eso es denunciarlo y, a partir de esas denuncias, ir corrigiendo el sistema para reducir al máximo el margen de fraude, de manera que dichas ayudas vayan destinadas a aquellos agricultores que realmente las necesiten. Pero una cosa es denunciar estos casos, y otra muy distinta, poner en cuestión, en términos categóricos, la importancia de este tipo de ayudas a nuestros agricultores, y, encima, tachar a la población activa andaluza de poco emprendedora cebándose, en lo concreto, con el honorable gremio de los agricultores andaluces, a quienes tanto debe, por ejemplo, nuestra industria aceitunera.

Y, si, para colmo de los colmos, resulta que las críticas proceden de una persona como el hijo de la duquesa de Alba, que es, además, Conde de Salvatierra, pues el sentimiento de indignación se generaliza y engrandece. Entonces, uno piensa abiertamente y sin ambages: "¿qué tiene que decir un conde sobre las condiciones laborales de un jornalero, cuando la aristocracia ha constituido históricamente un impedimento estructural a las mejoras en el nivel de vida del campesinado?" Tiene narices lo que hay que ver o escuchar de vez en cuando.

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