BLOG DE RAFA PARRA SOLER

De vocación, poeta, ensayista y dramaturgo.











lunes, 22 de julio de 2013

El desorden cotidiano (67)

Se trata de una de las muchas contradicciones del capitalismo, las cuales, según Marx, conducirían tarde o temprano, a la destrucción del mismo sistema. Y está claro, muy claro, que el pensador alemán se equivocó en este punto de sus especulaciones teóricas.

Pero el caso es Augusto se había dado cuenta de que el mundo empresarial encierra una paradoja que obra en contra del interés de todos los agentes implicados, tanto de los empresarios como de los trabajadores. Se trata de lo siguiente: las empresas, al buscar siempre el máximo beneficio en su actividad productiva, hacen que la situación de los trabajadores esté constantemente en peligro, en términos de estabilidad y poder adquisitivo. Sin embargo, esta actitud redunda en contra de esas mismas intenciones de maximizar la obtención de beneficios, puesto que, si hay que despedir a trabajadores para mejorar la productividad, luego va a haber menos demanda para cubrir los niveles de productividad alcanzados, y de nada sirve producir mucho si luego no se vende nada, con lo cual haber reducido costes laborales para incrementar los beneficios ha provocado el efecto justamente contrario: si se produce mucho y no se vende nada, no hay beneficio que valga.

Augusto tenía muy claro que la clave del éxito empresarial radica en el bienestar de los trabajadores, y que se trata de un principio que los dueños del mercado no entienden. Porque el bienestar implica tener poder adquisitivo, y el poder adquisitivo conduce a los hábitos consumistas, que son la base de todo el tinglado. Si los empresarios se preocuparan más por sus empleados que por los beneficios, otro gallo nos cantaría a todos, y sería un canto muy distinto, mucho más agradable y armonioso para todos los oídos de la sociedad. Porque, si la letra de ese canto tratara del mantenimiento del poder adquisitivo de la clase trabajadora, entonces la sociedad de consumo sería sostenible y no sería causa de desigualdades. 
 
Augusto no era economista, pero, entre lo que leía, lo que reflexionaba, lo que intuía y lo que veía a su alrededor, cada vez tenía las ideas más claras.

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