Él reconocía, como filólogo, la importancia de poder recuperar un texto tal y como lo concibió y plasmó su autor. Pero esa tarea no la quería para sí mismo de ninguna de las maneras. "Que otros investiguen el asunto y saquen sus conclusiones. Yo me las leeré y estudiaré con sumo gusto", pensaba. Pero tampoco le interesaban las especulaciones. Él era muy positivista en este sentido: sólo le interesa lo que se puede demostrar como irrefutable, exceptuando casos muy concretos.
Ejemplos de lo que no le interesa como filólogo se encuentran en La Celestina, el Libro de Alexandre o el Lazarillo. En
lo referente al primer caso, la cuestión de las ediciones todavía le
podía parecer relevante debido a cómo afecta el asunto a las
modificaciones del contenido de la obra (la evolución del título: de la
inicial Comedia de Calisto y Melibea a La Celestina, pasando por el estado intermedio, denominado Tragicomedia de Calisto y Melibea).
En
el segundo caso, le satisface saber que pudo ser un tal Juan Lorenzo de
Astorga el autor de Clerecía correspondiente, incluso podría resultar
apasionante conocer la vida de este señor y las circunstancias que lo
condujeron a escribir la vida de Alejandro Magno. Pero a Augusto no le interesaban
los pormenores textuales de las polémicas que enfrentan a este nombre
con el de Gonzalo de Berceo en cuanto a la autoría del Libro de Alexandre.
Con el Lazarillo,
más de lo mismo, aunque recientemente haya salido a la luz una posible
atribución de su autoría a Alfonso de Valdés por parte de Rosa Navarro
Durán, profesora de la Universidad Autónoma de Barcelona.
Por poner algún ejemplo mucho más reciente, Augusto se había leído Gigante y extraño: las Rimas de Gustavo Adolfo Bécquer,
de Luis García Montero. Se trata de un intento de justificar una nueva
edición de los versos del poeta sevillano, quien, como se sabe, en un
principio había ordenado su obra lírica bajo el título de El libro de los gorriones, pero el manuscrito se perdió y el poeta tuvo que reconstruir los textos de memoria. El orden de las Rimas
es la sustancia que nutre la polémica en la que se basa, en gran
medida, García Montero como razón de la existencia de su obra. Y es,
precisamente, esa polémica la que se había convertido en el objeto del
desinterés de Augusto.
El contenido de esta obra es completado por multitud de
reflexiones del autor basadas en el cotejo de los resultados de otros
comentaristas de la poesía de Bécquer (Rafael Montesinos, Russell P.
Sebold, etc.) y en la intuición del propio García Montero como crítico
y, sobre todo, como poeta que dialoga con su ilustre colega de vocación a
través de la lectura atenta y reflexiva de sus Rimas. Unas
reflexiones, en opinión de Augusto, algo caóticas, pero fecundas.
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