Augusto opinaba que está en los políticos el instinto de la corrupción. En cuanto
alcanzan el poder, caen en la tentación: la de la malversación de fondos
públicos, la de los sobornos a las empresas, las contrataciones
fraudulentas. Por esta razón, él creía haber perdido la fe en los políticos,
sean quienes sean. Si la trayectoria de Izquierda Unida, por poner un
ejemplo con el que se identificaba, no está manchada por la deshonra de
los gobiernos fraudulentos, es porque nunca ha logrado alcanzar cotas de
poder significativas (salvo el caso de Rosa Aguilar en Córdoba), y no,
precisamente, porque Cayo Lara y compañía sean distintos de los demás (y
que conste que, a él, Cayo Lara le caía bastante bien, al menos en lo
que a ideología se refiere).
El caso es que la honradez en
política es una virtud sumamente escasa. No parece casar muy bien con el
poder, y no vale la excusa de haber sido elegido o elegida
democráticamente, porque, en el momento en que se utiliza el sistema
para acabar con él, la persona elegida por la mayoría de turno queda
deslegitimada. Ahí tenemos el ejemplo de Adolf Hitler, cuyos seguidores
siempre podrán defenderle diciendo que fue votado por mayoría en la
Alemania de la República de Weimar para, posteriormente, destruir esa
democracia e instaurar un sistema totalitario.
Augusto, como último recurso, proponía el recurso a los postulados anarquistas. El problema, sin embargo, es que
el anarquismo tiene una tradición histórica de acciones terroristas que
hacen de esta alternativa algo inaceptable. Es una lástima porque,
visto lo visto y teniendo en cuenta lo que tenemos ahora que,
irónicamente, es lo mejor que hemos tenido en toda nuestra Historia, las
ideas de Bakunin constituían, en la teoría, un proyecto de humanidad
franco, transparente y muy honesto, con la igualdad social como columna
vertebral. Sin embargo, ahí está la trayectoria del anarquismo: bombas,
tiroteos, asesinatos a quemarropa (como el famoso de Cánovas del
Castillo).
La solución definitiva, en opinión de Augusto, pasaría por una
revisión de las ideas anarquistas: si el ser humano es tan despreciable
como parece, que lo sea de forma espontánea, y no de manera organizada y
legitimada por un Estado y sus leyes correspondientes. Al menos, así el
grado de cinismo a la hora de delinquir será mucho menor y habremos
ganado en honestidad.
martes, 23 de julio de 2013
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario