BLOG DE RAFA PARRA SOLER

De vocación, poeta, ensayista y dramaturgo.











miércoles, 24 de julio de 2013

El desorden cotidiano (83)


Augusto también tenía su opinión sobre cuestiones como el aborto. Según él, habría que hacer varias precisiones. En primer lugar, todos estamos de acuerdo en que el aborto, como tal, es una tragedia. Augusto no creía que exista mucha gente que se alegre de que una semilla de vida concebida en el vientre de una mujer trunque su evolución, desarrollo y nacimiento. Lo que sucede es que, en determinadas circunstancias, esa interrupción se hace inevitable por la situación de la madre. Y, precisamente, es en esa situación íntima y personal donde la madre debe tener libertad para decidir lo más conveniente, tanto para ella como para el embarazo. 
 
Traer un niño al mundo debería ser un acto supremo de alegría, de amor, entrega y generosidad producido en las mejores condiciones posibles y con plena conciencia del paso que se está dando. A veces, sin embargo, la situación en que una mujer se queda embarazada dista mucho de ser la más adecuada, y, entonces, es ella misma, la mujer afectada, la que lleva otra vida dentro de sí, quien debe decidir, con plena libertad, conciencia y sentido de la responsabilidad, lo que hay que hacer.

En segundo lugar, el aborto no es un crimen ni un asesinato. Al menos, eso es lo que Augusto opinaba. El aborto, en realidad, es el triste resultado de una decisión tomada libre y legítimamente por la persona más afectada en cualquiera de los casos posibles: la madre. Y que el aborto sea,como he dicho, triste, no le resta legitimidad ninguna, porque la decisión de interrumpir un embarazo de forma voluntaria no se toma a la ligera, y si se hace, ahí está la ley para poner las cosas en su sitio. Y es que no toda clase de embarazo está permitida, sino que la legislación correspondiente establece una serie de supuestos, todos ellos muy razonables, que permiten llevar a cabo la interrupción voluntaria de la concepción biológica.

No obstante,  también Augusto quería introducir algún matiz de carácter moral sobre la ley del aborto, y es que no le parece razonable depositar en chicas adolescentes de dieciséis años toda la responsabilidad a la hora de tomar una decisión tan importante como es la de traer al mundo una nueva vida. Lo consideraba una gravísima frívolidad. 
 

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