En
lo futbolístico, creía Augusto que la culpa la tiene el pueblo, que obedece a los
dictados de la sociedad de consumo. El mercado manda porque el pueblo le
hace caso, porque la gente no se para a pensar qué es lo que quiere de
verdad, sino que se va a lo fácil, a lo primero que le ofrecen, sea
bueno o malo.
El mercado es un agente muy
poderoso. Tiene a su servicio todo tipo de especialistas en manipulación
mental: psicólogos, sociólogos y publicistas que saben perfectamente
cómo tocar la fibra sensible del espectador, del consumidor, es decir,
aquello en lo que el mercado ha convertido a las personas. Con todo tipo
de recursos psicológicos, estéticos y publicitarios en general, los
dueños del mercado se las ingenian para conseguir que las personas se
conviertan en consumidores de sus productos, entre los cuales está el
negocio del fútbol.
En este campo (nunca mejor dicho, tratándose de fútbol), como en todos los demás, los dueños
del mercado apelan a lo más irracional y vulnerable del individuo, a su
necesidad de creer en algo o alguien superior a quien intentar
parecerse, y es en esta fase del proceso manipulador donde entran en
juego los iconos ideológicos, estéticos y publicitarios. Esto es lo que
hace que Cristiano Ronaldo y Leo Messi sean elevados a la categoría de
dioses por parte de los consumidores (en este caso, los hinchas
deportivos). Una vez se llega a consolidar ese sentimiento de idolatría y
veneración popular, el mercado se dispone a lanzar su producto (un
coche, una espuma de afeitar, un banco donde ingresar la nómina,etc.).
Sin olvidar el mercadeo de los productos oficiales del club de fútbol al
que pertenece el jugador en cuestión: camisetas, bufandas, pulseras,
relojes, mecheros, botas, mochilas, toallas... El fetichismo del
consumidor es explotado hasta la saciedad del empresario, que no conoce
límites a la hora de obtener beneficios por hacer temporalmente felices a
los pobres infelices que consiguen sentirse un poco menos mediocres por
poseer un objeto de su futbolista preferido.
Augusto pensaba que los
defensores del capitalismo se defienden diciendo que el socialismo lo
que hace es criar borregos amamantados por el Estado, cuando ellos, como
mínimo, hacen lo mismo, pero en lugar del Estado, es el Consumo el que
amamanta a los borregos. La diferencia está, según la humilde opinión de Augusto, en que, por lo menos, el
Estado reparte la riqueza y ninguno de los borregos se queda sin
amamantar. Por el contrario, Papá Consumo sólo protege a los borregos
que se lo pueden permitir.
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