BLOG DE RAFA PARRA SOLER

De vocación, poeta, ensayista y dramaturgo.











miércoles, 17 de julio de 2013

El desorden cotidiano (58)

Augusto, en repetidas ocasiones, se preguntaba cómo es posible que la actividad más banal e improductiva del planeta genere millones de euros, dólares, libras, etc; cómo es posible que Cristiano Ronaldo gane más que cualquier médico...Y cómo es posible que haya tantos licenciados universitarios en el paro.

En lo futbolístico, creía Augusto que la culpa la tiene el pueblo, que obedece a los dictados de la sociedad de consumo. El mercado manda porque el pueblo le hace caso, porque la gente no se para a pensar qué es lo que quiere de verdad, sino que se va a lo fácil, a lo primero que le ofrecen, sea bueno o malo.

El mercado es un agente muy poderoso. Tiene a su servicio todo tipo de especialistas en manipulación mental: psicólogos, sociólogos y publicistas que saben perfectamente cómo tocar la fibra sensible del espectador, del consumidor, es decir, aquello en lo que el mercado ha convertido a las personas. Con todo tipo de recursos psicológicos, estéticos y publicitarios en general, los dueños del mercado se las ingenian para conseguir que las personas se conviertan en consumidores de sus productos, entre los cuales está el negocio del fútbol. 
 
En este campo (nunca mejor dicho, tratándose de fútbol), como en todos los demás, los dueños del mercado apelan a lo más irracional y vulnerable del individuo, a su necesidad de creer en algo o alguien superior a quien intentar parecerse, y es en esta fase del proceso manipulador donde entran en juego los iconos ideológicos, estéticos y publicitarios. Esto es lo que hace que Cristiano Ronaldo y Leo Messi sean elevados a la categoría de dioses por parte de los consumidores (en este caso, los hinchas deportivos). Una vez se llega a consolidar ese sentimiento de idolatría y veneración popular, el mercado se dispone a lanzar su producto (un coche, una espuma de afeitar, un banco donde ingresar la nómina,etc.). 
 
Sin olvidar el mercadeo de los productos oficiales del club de fútbol al que pertenece el jugador en cuestión: camisetas, bufandas, pulseras, relojes, mecheros, botas, mochilas, toallas... El fetichismo del consumidor es explotado hasta la saciedad del empresario, que no conoce límites a la hora de obtener beneficios por hacer temporalmente felices a los pobres infelices que consiguen sentirse un poco menos mediocres por poseer un objeto de su futbolista preferido.

Augusto pensaba que los defensores del capitalismo se defienden diciendo que el socialismo lo que hace es criar borregos amamantados por el Estado, cuando ellos, como mínimo, hacen lo mismo, pero en lugar del Estado, es el Consumo el que amamanta a los borregos. La diferencia está, según la humilde opinión de Augusto, en que, por lo menos, el Estado reparte la riqueza y ninguno de los borregos se queda sin amamantar. Por el contrario, Papá Consumo sólo protege a los borregos que se lo pueden permitir.

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