El absurdo de la guerra, pensaba Augusto, cobra algo de sentido cuando se lo retrata desde
el prisma de la creación artística. No se trata de justificar el
horror, las muertes y la sangre inocente derramada en vano, pero Augusto tenía que reconocer que esto es lo que más inspira a la hora de crear belleza.
Picasso experimentó eso, y Kubryck y Coppola, visto lo visto, también.
Porque sus películas sobre la guerra de Vietnam, Apocalypse now y La
chaqueta metálica, son dos sublimes productos de la guerra fría que casi
nos hacen dar las gracias a los yankies por haber invadido el país
oriental en su lucha contra el comunismo. Porque, si esto no hubiera
sucedido, no habríamos tenido la oportunidad de deleitarnos con las
interpretaciones de Mathew Modine y Martin Sheen, de R. Lee Ermey y de
Marlon Brando.
Sin embargo, no es apología de la guerra lo que Augusto pretendía hacer con sus reflexiones, y, menos, de las que iniciaron los
estadounidenses en su obsesión antisoviética. Lo que sucedía es que,Augusto, como espectador, había sentido que
cuando se encontraba frente a la pantalla viendo una de
estas dos películas, experimentaba una mezcla de placer estético e
indignación moral, una especie de deleite insano que nos provoca
remordimiento de conciencia, en la medida en que en este caso sucedió lo
que sucede casi siempre si generalizamos: que para que en occidente, en
el primer mundo, nos lo pasemos bien, en oriente, en el tercer mundo,
la gente tiene que sufrir y morir.
Esas son las grandezas y las
miserias que se dan cuando el arte y la vida o la realidad y la ficción
entran en contacto. Esa era la conclusión a la que había llegado Augusto en el curso de las reflexiones a que dio lugar esa experiencia estética que le proporcionaba el cine bélico estadounidense ambientado en la época de los enfrentamientos de la última posguerra mundial. Más aún, tratándose de cuestiones tan delicadas como
éstas.
El ejemplo de ese soldado que luce un símbolo de la paz en la
solapa de su camisa a la vez que lleva un casco con la frase "Nacido
para matar", y que, cuando le preguntan por qué luce dos símbolos
contradictorios en su indumentaria, no es capaz de dar una respuesta
medianamente seria, nos recuerda a los dos personajes de la obra teatral
Pic-nic de Fernando Arrabal, en que, siendo los dos soldados de los dos
bandos contendientes, resulta que ninguno de ellos quería estar allí, y
que solo lo hacían siguiendo las órdenes de sus superiores. En este
caso ocurre igual, pero con la cantilena de la de la lucha del mundo
libre, representado, cómo no, por los EE.UU., contra el comunismo.
miércoles, 17 de julio de 2013
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