BLOG DE RAFA PARRA SOLER

De vocación, poeta, ensayista y dramaturgo.











miércoles, 17 de julio de 2013

El desorden cotidiano (60)

El absurdo de la guerra, pensaba Augusto, cobra algo de sentido cuando se lo retrata desde el prisma de la creación artística. No se trata de justificar el horror, las muertes y la sangre inocente derramada en vano, pero Augusto tenía que reconocer que esto es lo que más inspira a la hora de crear belleza. Picasso experimentó eso, y Kubryck y Coppola, visto lo visto, también. Porque sus películas sobre la guerra de Vietnam, Apocalypse now y La chaqueta metálica, son dos sublimes productos de la guerra fría que casi nos hacen dar las gracias a los yankies por haber invadido el país oriental en su lucha contra el comunismo. Porque, si esto no hubiera sucedido, no habríamos tenido la oportunidad de deleitarnos con las interpretaciones de Mathew Modine y Martin Sheen, de R. Lee Ermey y de Marlon Brando.

Sin embargo, no es apología de la guerra lo que Augusto pretendía hacer con sus reflexiones, y, menos, de las que iniciaron los estadounidenses en su obsesión antisoviética. Lo que sucedía es que,Augusto, como espectador, había sentido que cuando se encontraba frente a la pantalla viendo una de estas dos películas, experimentaba una mezcla de placer estético e indignación moral, una especie de deleite insano que nos provoca remordimiento de conciencia, en la medida en que en este caso sucedió lo que sucede casi siempre si generalizamos: que para que en occidente, en el primer mundo, nos lo pasemos bien, en oriente, en el tercer mundo, la gente tiene que sufrir y morir.

Esas son las grandezas y las miserias que se dan cuando el arte y la vida o la realidad y la ficción entran en contacto. Esa era la conclusión a la que había llegado Augusto en el curso de las reflexiones a que dio lugar esa experiencia estética que le proporcionaba el cine bélico estadounidense ambientado en la época de los enfrentamientos de la última posguerra mundial. Más aún, tratándose de cuestiones tan delicadas como éstas.

El ejemplo de ese soldado que luce un símbolo de la paz en la solapa de su camisa a la vez que lleva un casco con la frase "Nacido para matar", y que, cuando le preguntan por qué luce dos símbolos contradictorios en su indumentaria, no es capaz de dar una respuesta medianamente seria, nos recuerda a los dos personajes de la obra teatral Pic-nic de Fernando Arrabal, en que, siendo los dos soldados de los dos bandos contendientes, resulta que ninguno de ellos quería estar allí, y que solo lo hacían siguiendo las órdenes de sus superiores. En este caso ocurre igual, pero con la cantilena de la de la lucha del mundo libre, representado, cómo no, por los EE.UU., contra el comunismo.

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